miércoles, 30 de abril de 2008

Una confidencia

“Para hacerle la confesión más íntima, esa que debe hacerse casi al oído, mirando a los ojos, en un momento en el que el resto del mundo sobra, me fui al paraje más alejado de ella.

Allí, donde una vez fue mía, donde tuve, prisionera en mi puño a la felicidad. Tres vinos y la alegre charla de Maribel fueron el combustible que me proyectaron. Como un maquiavélico conjuro de estrellas, todo sumaba, la agradable temperatura, la luz de la primavera, el rojo de las amapolas aún en la retina, el paladar a cereza, hojas secas y madera,…,mi ansiedad.

A saber dónde, con quién estaría ella. Giré la cabeza para huir de los pensamientos más lúgubres, más grises, los que más dolor me causan. Al fin y al cabo la decisión estaba tomada, era mía, y había decidido entregársela a ella, así que, con un gesto casi inconsciente pulsé el botón de enviar.

Nunca tuve respuesta”.

Acompasar nuestro tiempo y el de la persona amada es fuente inagotable de lujurias y desdichas. Es esa ruleta a la que todos tememos, y a la que todos jugamos. Somos responsables y culpables de un trozo de las cosas que salieron mal, y también de las que funcionaron.
Ahora, la luna, mengua.

No hay comentarios: