martes, 13 de mayo de 2008

Jurídicas

El joven estudiante que se inicia en el derecho mercantil, recibe con cierta sorpresa la distinción entre persona física y persona jurídica. Hasta entonces, para él, sólo existían las personas.

Rápidamente aprende la lección, y entiende que las personas jurídicas son las empresas, las asociaciones, las fundaciones, los clubes de fútbol. Lejos aún le queda entender realmente por qué se le incorpora el calificativo de persona a las jurídicas. En verdad lo aprenderá cuando pase muchas horas del día en el estómago de alguna de ellas.

Manuales y teorías enteras nos muestran como, las organizaciones toman la personalidad de sus integrantes; de cómo se traslada la manera de ser, la forma de entender el negocio, la visión de presente y futuro, desde los dirigentes de las entidades a ellas mismas, formando, desde entonces parte de su idiosincrasia, de su, quizás, mal llamada “cultura”.

En el ámbito corporativo, podemos encontrarnos con empresas ambiciosas, innovadoras, pioneras, rentables, sobrevivientes, clásicas, transgresoras. Y también empresas que más bien parecen una ONG, dando continuamente pérdidas económicas, pero nunca renunciando a sus ideales. Compañías egoístas donde cada uno de sus integrantes busca su propio beneficio.

Como a tantas otras personas, a las empresas sólo las vamos conociendo cuando las tratamos habitualmente, cuando cada día las disfrutamos y las sufrimos. Con ellas también tiene que darse la compatibilidad de caracteres. No sólo tenemos que soportarnos por un bien común como las parejas tristes. Ambos tienen que poner de su parte para solucionar sus problemas, ambos, y el resto del mundo lo agradecerán.

Lo más importante, a mi juicio es que, como fruto de esa interacción, será, también, nuestra manera de ver las cosas en el futuro. Y que, igualmente, un pedazo de nuestro carácter quedará impreso en la empresa.

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