lunes, 15 de septiembre de 2008

Victoria


Apenas tiene 25 metros de eslora, y la enorme satisfacción de haber surcado todos los océanos, llevó a la gloria a Juan Sebastián Elcano, y a un puñado de 18 esforzados marinos que consiguieron regresar a casa con las fuerzas justas y las reservas de vitaminas al mínimo, mereció la pena.

Era una carrera, Magallanes lo sabía cuando juró lealtad a Carlos I en Santa María de la Victoria de Triana, y le fue la vida en ello, todo un sueño que le costó el mayor de los precios. Los actos conmemorativos y la recreación de su viaje, va también en su honra.

Cuando la Sociedad Quinto Centenario decidió construir las réplicas de la Niña, La Pinta y La Santa María, el principal escollo que se encontró fue, la de encontrar profesionales que fuesen capaces de manejar las técnicas de hace cinco siglos, los llamados carpinteros de Ribera.

Gracias a esa inversión, algunos profesionales, en sus últimos años de vida activa lograron construir el barco de sus sueños, además de las traiñas, parejas, arrastreros, palangreros a los que estaban habituados. Y también consiguieron prolongar una profesión a una nueva generación que ya tenía perdida la vocación y se ocupaba en otros menesteres.

En Isla Cristina, la actividad de los astilleros se incrementó considerablemente, llegó a ser un pequeño atractivo turístico para, los que, supieron aprovechar la oportunidad, y, muchos jovencitos del pueblo, aprendieron lo que era el olor a brea, hicieron pelotas de masilla y se quemaron las palmas de la mano con los cabos de lino y esparto.

Igual que pasaron las celebraciones del 92, llegó el poliéster, y los astilleros se transformaron, quizás irreversiblemente, hoy apenas quedan unos pocos, remendando, de vez en cuando algún buque de los de antes, sin tan siquiera meterlo en el carro. Ya aquí no se hacen barcos de madera, apenas quedan unos pequeños astilleros en el Algarve.

Los carpinteros, rederos, marinos se quejan de que los barcos modernos no navegan como los de antes, y por eso se enorgullecen al mirar la Nao cuando entra en la ría Carreras, (ahora en estos días en el Guadalquivir), también se callan y no se preguntan por qué sube tan bien, contramarea y con las velas plegadas. Hoy no contarán, el secreto de que, también fueron ellos los que le metieron en la panza un pequeño motor.

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