
Podemos ponernos la capa de gatopardista, y cual Fabrizio de Salinas, decirle a nuestra Angélica, cuidando que no nos falte Verdi de fondo, “Algo debe cambiar para que todo siga igual”. Lo que ocurre es que, quizás nos pida que dejemos de perder el tiempo, y que nos pongamos inmediatamente a aprovecharlo.
La sensación de tener que hacerlo todo en poco tiempo nos lleva a vivir a una velocidad desmesurada que pasa factura en nuestra felicidad y salud. Larry Dossey, la bautizó como la “enfermedad del tiempo”. El móvil, las iPod, la comida rápida, el ocio programado, reuniones encorsetadas con familia y amigos, el sexo, aquí te pillo aquí te mato. Tenemos mucho por hacer, ver, ir, comprar, oír; y pensamos poco.
“Nuestra existencia no es más que una breve rendija de luz entre dos eternidades de tinieblas”, escribió Vladimir Nabokob. Milán Kundera dice en La Lentitud que “La velocidad es una forma de éxtasis que la revolución técnica ha brindado al hombre”. Hace muchos años que, los maestros taoístas aconsejan a sus alumnos “Camina lentamente, a un paso relajado, y no tropezarás”.
Con nuestra actividad diaria generamos hábitos, consolidamos nuestra conducta y ganamos carácter. Carácter, que en un círculo virtuoso, nos hace tomar decisiones que se expresan en nuestras acciones cotidianas.
En un ritmo de vida frenético como en el que nos sumergimos, en una época donde caen imponentes muros y sólidas torres, es primordial distinguir lo importante de lo urgente, es esencial decidir bien. Para ello, hay que pensar bien, aunque no es condición suficiente. Cada día tenemos que hacer crecer nuestra persona, cada día tenemos que incorporar a nuestra mochila nuevos conocimientos, practicar nuestras habilidades, mejorar nuestras actitudes.
1 comentario:
Querido Antonio,
Enhorabuena por el blog, tienes razón al anunciar que el tiempo no sólo tiene una dimensión, tiene varias, y muchas de ellas no dependen siquiera de nosotros.
Un abrazo.
www.osborneblog.com
Publicar un comentario