domingo, 11 de enero de 2009

Hacerse preguntas

Si cabe, más que nunca miramos al cielo. Esperemos que nos llegue, que nos venga, caída y regalada, la idea mágica, la solución al atasco, la puerta en el muro que tenemos delante. Esa idea diferente que nos permite avanzar, mejorar y diferenciarnos.

La innovación, concebida como motor de cambio, también puede ser trabajada, también puede ser desarrollada, es una apuesta por la anticipación y flexibilidad. El reto, por tanto, es pasar, de la innovación como suceso, a la innovación como proceso, entendida de esa manera, la innovación es un concepto abierto, supone transformación y ruptura, reconoce la diversidad como un espacio de enriquecimiento, se inspira en la naturaleza y el entorno, resalta el valor de la persona, descansa en valores que conforman cultura, la principal ventaja competitiva.

La innovación, habla, por tanto mucho en su núcleo, de vencer los recelos al cambio, el miedo a lo desconocido, dice Kornfield, J. que “el miedo nos indica que estamos entrando en un territorio inexplorado, el miedo es la membrana que separa lo nuevo de lo conocido y constituye, así, un interesante indicador de que estamos a punto de abrirnos, a algo superior al mundo que estamos acostumbrados”. Y, es que eso, es, precisamente, la vida; definida por Samuel Beckett, es “Da igual, prueba otra vez, fracasa otra vez, fracasa mejor

Sólo se produce innovación sostenible en el tiempo, si equilibramos, la creatividad y la modelización sobre la base de los valores. De ella son enemigos, tanto el iluminado revolucionario como el burócrata normalista.

Innovar es también buscar conocimiento, pero también el excesivo conocimiento adormece las emociones. Innovar es hacerse preguntas, buscar respuestas, tirar de hilos, desenmarañar madejas, buscar alternativas, hacer caminos, abrir puertas que llevan a otras puertas. Una persona, cualquier persona, que aspire a ser innovadora, debe aprender a convivir con más preguntas que respuestas, y a disfrutar con ello.

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