domingo, 21 de junio de 2009

Phantastikén

No es una tarea solitaria el diseño y montaje de realidades. Se hace en sociedad, donde se gestan las culturas, que no son más que expresiones ordenadas de las realidades.

No hay realidad individual, de igual forma que no hay mirada absolutamente imparcial, “los mitos del ojo inocente y del dato absoluto son cómplices terribles”, N. Goodman. De igual forma, la fuente original del lenguaje, del conocimiento y el saber no es la lógica, sino la imaginación.

El individuo utiliza el lenguaje para expresar esos nuevos escenarios, desde su prisma, desde su realidad, los promulga, los hace ciertos al oído de los otros, las convierte en verdad. F. Nieztsche dice: “Las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas sino metal”.

Dando una vuelta de rosca a lo expresado en la Crítica de la razón pura de Kant, Nieztzsche afirma que el hombre es un animal social y ha adquirido el compromiso moral de “mentir gregariamente”, pero con el tiempo y un uso arraigado. Mentir en el terreno de la estética es la plasmación de la tentación consciente e intencionada de la ilusión.

En un mundo de mentiras, “las suposiciones más erróneas son precisamente las más indispensables para nosotros, que sin admitir la validez de la ficción lógica, sin medir la realidad con el mundo inventado de lo incondicionado, lo idéntico en si mismo, el hombre no podría vivir” (Nieztsche).

Platón describe el phantastikén como el arte de los simulacros, donde las figuras o imágenes aparecen distorsionadas, ya sea por la ubicación desfavorable del espectador o por las proporciones considerables del modelo, las cuales no pueden menos que crear ilusiones.

Ya sea por el espectador o por el modelo, o por ambos a la vez, me resulta axiomático que los hombres mientan cuando desean algo, y teman, que diciendo la verdad, no lo conseguirían.

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