sábado, 26 de diciembre de 2009

Pero esta noche...

Demasiados lugares sólo fachada, repletos de gente pero inundados de soledades, con miles de luces centelleantes pero áridos y monótonos como un desierto. Unos pocos muestran en la portada lo mismo que tienen dentro, son unas pocas historias, unos pocos lugares del reino de los silencios y soledades: El desierto del Sinaí, donde los profetas bíblicos y los ermitaños del cristianismo primitivo escucharon voces terribles y tuvieron visiones de tentación y Apocalipsis. La aventura del almirante Byrd que vivió seis meses solo en la oscuridad de una cabaña en medio del invierno polar de la Antártida. Los cinco años que pasó el naufrago Alexander Selkirk en la isla de Juan Fernández, fuente de inspiración para Daniel Dafoe. Los monjes tibetanos que se meten en el interior de una gruta a meditar. En un rincón de nuestra alma duerme el deseo de ser Byrd o Selkirk o irnos al Sinaí, a la Antártida o a Juan Fernández. Ese apetito aflora en los momentos que precisamente exploramos nuestros silencios y profundizamos en nuestras soledades.
La forma de la vida es la suma de las cosas a las que decidimos estar atentos. Lo que no ves no existe. La voz que tienes cerca y que no escuchas, aunque asientas de forma mecánica con la cabeza es la de algún duende invisible. Los practicantes del psicoanálisis han estado intentado todo el rato convencernos de que nuestra identidad es el drama eternamente representado de unas cuantas desgracias de nuestra infancia más lejana. Rememoramos lastimeramente ultrajes del pasado con la misma mezcla de complacencia y masoquismo con el que un nacionalista invoca la injuria de las batallas perdidas hace unos cuantos siglos. Si somos irremediablemente la consecuencia de lo que sucedió o lo que imaginamos que sucedió hace mucho tiempo, nuestra vida futura está marcada por la fatalidad. Pero el pasado no existe y no puede corregirse: valdría más concentrar la atención y la energía en evitar la repetición de antiguos errores o mitigar las consecuencias de los que se cometieron. Ni está el mañana (ni el ayer) escrito dice el poema de Antonio Machado.
Pero la abstracción sigue teniendo a veces un precio demasiado caro,

¡Estaba
tan olvidado todo!
Pero esta noche...


Por qué será imposible
verte de nuevo, hablarte,
escucharte, tocarte,
ir - con los mismos cuerpos
y almas que tuvimos,
pero con más amor -
uno al lado del otro...
( Ilusión descuajada
del espacio y del tiempo,
lo sé para mi daño. )


Pero esta noche...


Te abrazaría, créeme,
te besaría,
te daría calor,
te adoraría. Haría
algo que es más difícil:
tratar de comprenderte.


Y te comprendería,
te comprendo ya, créelo.
Nos va enseñando tanto
la vida... Nos enseña
por qué un hombre ve rota
su voluntad, y sueña,
y vive solitario;
por qué va a la deriva
en el témpano errante
arrancado a la costa,
y se deja morir
mientras mira impasible
cómo se hunden los suyos,
la carne de su carne,
su hermoso mundo...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuando lo leí, pensé que José Hierro se refería a su padre... o algo así.Cristina