En la sociedad mundial, los seres normales somos mayoría, y los seres normales queremos ser felices. Los que queremos ser felices ganaríamos por mayoría cualquier proceso electoral, pero pasamos muy desapercibidos. Demasiado. Nos enrocamos en nuestro pudor de no querer pregonar que encontramos nuestra felicidad en muchos rincones por miedo a que piensen que somos unos engreídos o unos orgullosos.
No utilizamos pócimas mágicas, son sabidas desde siempre, Séneca en su impresionante “De la serenidad del alma”, nos ofrece múltiples consejos para conseguir dicho estado, entre ellos descansar de las tensiones del día, desterrar la tristeza que asola la sociedad, dominar la pereza, despegarse de los bienes materiales, dedicar todos los días un rato a pensar….
El peor mal es aquel que nos hace bajar tanto la frente que sólo podemos hablarle a nuestra barriga. Sigamos leyendo a los clásicos, a Tagore: “Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas”. Dicen que la puerta de la felicidad se abre hacia fuera, pues démosle una patada y que nos deslumbre la luz que sólo podemos adivinar por la rendija bajo la puerta.
Y que sea ahora, la felicidad no es el destino, es el camino, explicaba Kafavis:” Ten siempre a Ítaca en tu pensamiento. Tu llegada, ahí es tu destino. Más no apresures nunca el viaje. Mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino sin aguardar a que Ítaca te enriquezca”.
Que nadie piense que no conoce como hacerlo, todos sabemos, sólo es necesario descomprimirnos de la camisa de fuerza que, sin saber cómo, nos hemos puesto nosotros mismos. Una vez le preguntaron a Miguel Ángel cómo podía crear maravillas como el David, y éste contestó: “¡Si es tan fácil! La escultura que ha de salir está dentro del bloque de mármol. Sólo es cuestión de ir quitando con los golpes todo lo que le sobra”.No debemos de cansarnos de dar golpes, una vez le pidieron a Winston Churchill que fuese a la Universidad de Oxford y diese una conferencia en la que explicase cómo había conseguido tantos logros importantes en su vida. Como maestro comunicador dio una lección magistral, pronunció un discurso de siete palabras: "No se rindan, no se rindan nunca".
No se rindan, no se cansen de repartir felicidad. Hay que pensar a lo grande, tener grandes miras. Vuela con las águilas y serás un águila, picotea con los pavos y serás un pavo.
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