En la sociedad mundial, los seres normales somos mayoría, y los seres normales queremos ser felices. Los que queremos ser felices ganaríamos por mayoría cualquier proceso electoral, pero pasamos muy desapercibidos. Demasiado. Nos enrocamos en nuestro pudor de no querer pregonar que encontramos nuestra felicidad en muchos rincones por miedo a que piensen que somos unos engreídos o unos orgullosos.
No utilizamos pócimas mágicas, son sabidas desde siempre, Séneca en su impresionante “De la serenidad del alma”, nos ofrece múltiples consejos para conseguir dicho estado, entre ellos descansar de las tensiones del día, desterrar la tristeza que asola la sociedad, dominar la pereza, despegarse de los bienes materiales, dedicar todos los días un rato a pensar….
El peor mal es aquel que nos hace bajar tanto la frente que sólo podemos hablarle a nuestra barriga. Sigamos leyendo a los clásicos, a Tagore: “Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas”. Dicen que la puerta de la felicidad se abre hacia fuera, pues démosle una patada y que nos deslumbre la luz que sólo podemos adivinar por la rendija bajo la puerta.

No debemos de cansarnos de dar golpes, una vez le pidieron a Winston Churchill que fuese a la Universidad de Oxford y diese una conferencia en la que explicase cómo había conseguido tantos logros importantes en su vida. Como maestro comunicador dio una lección magistral, pronunció un discurso de siete palabras: "No se rindan, no se rindan nunca".
No se rindan, no se cansen de repartir felicidad. Hay que pensar a lo grande, tener grandes miras. Vuela con las águilas y serás un águila, picotea con los pavos y serás un pavo.
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