Con todo un anuario por delante, a muchos les entra el repelús de la organización, y repasando las semanas y meses que quedan por vivir, el grupo de neuronas destinadas a hacer planes se ponen automáticamente en funcionamiento. Buscamos cumpleaños propios y cercanos, fiestas que puedan convertirse en puentes, y llegamos, claro está, a pasear el dedo por los días en los que deseamos disfrutar de nuestras vacaciones.
Los jefes de equipo y responsables de recursos humanos tienen la dura tarea de programar la agenda lectiva. Identificar puntos fuertes y débiles del calendario, marcando aquellos 11 de Octubre o 7 de Diciembre que podrían dejar a la empresa bajo mínimos. De igual manera tienen que preparar argumentos para explicar por qué algunos no podrán disfrutar del descanso merecido en Semana Santa, Feria, Romería, o por qué no podrá coger este año tres semanas seguidas en verano, aunque eso le ocasione un grave disgusto familiar.
Y es que el mes de agosto está dejando de ser la meta vacacional. Por cambios de hábitos en las costumbres de la sociedad y porque las empresas necesitan mantener la velocidad de crucero durante todo el año.
Van quedando lejos las largas vacaciones en la playa o el largo viaje de un mes que permitía conocer mucho de India, Europa o Asia. Se van imponiendo las minivacaciones, pedir los “veintitantos” días disponibles en dos o tres veces, dejando alguno de reserva por lo que pudiese pasar. Y en cada una de esas dos/tres minivacaciones programar una escapada en un low cost a la ciudad de Europa que no conocemos o al destino exótico que un tour operador programa a un precio asequible.
Aunque es posible disparar más de 1.500 fotos (las que quepan en las tarjetas) en apenas una semana, lo que nos permitirá disfrutar de nuestro viaje dos meses después cuando lo contemos a los amigos, mucho hay que confiar en la teoría de la relatividad para asumir que se puede disfrutar el doble en la mitad de tiempo.
Hace unos años había unas reglas básicas para programar un viaje: no más de diez o doce puntos de interés por ruta, dos o tres noches consecutivas en el mismo hotel por cada cinco jornadas de carretera, incluir el tren y el barco siempre que fuese posible, limitar el avión a los trayectos sin interés paisajístico o realmente extenuantes. No podemos dejar de cumplirlas si el destino lo merece, y realmente, todos lo valen.
Tal vez no podamos recuperar esta vez los días secuestrados al viaje largo, pero es importante saber que a veces hay que ver menos para sentir, para empaparse más de lo que podremos conocer, será lo que traeremos en la mochila.
3 comentarios:
100% de acuerdo con el último párrafo, aunque respete (y no comparta) esos cruceros en los que "pasas" medio día varias ciudades, viviendo, a fin de cuentas, a la misma velocidad que el resto del año...
Yo particularmente tengo que vencer ese deseo de llenar hasta reventar la agenda de todo lo que hay que hacer cada uno de los pocos días de esos "miniviajes"
Esto que comentás con algunas diferencias, también sucede en argentina...es decir supongo que al ritmo que se mueve el capitalismo es una realidad casi globalizada, cada uno de nosotros hace la diferencia, disfrutando acorde a las posibilidades laborales y económicas, playas soleadas, montañas, rios, valles, una pileta, o la terraza.
En mi caso tengo un lugar en el mundo, totalamente accesible, bellisimo, tranquilo y con excelente compañia.
No conozco Europa, mi abuelo era Español (gallego, de Marin),y me hubiera encantado ir, pero en todo el mundo creo que nosotros hacemos el lugar. Un abrazo!!
tomo nota, sabios consejos, ahora sólo queda viajar más , puta jaula de isla.
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