domingo, 14 de marzo de 2010

Media España, la que en aquel entonces tenía más de quince años, recuerda qué era lo que estaba haciendo aquel 14 de Marzo de 1980 cuando todo el país amaneció con la noticia del fatal accidente de helicóptero que mató a Félix Rodríguez De la Fuente, y también a otros tres compañeros cuando rodaban en Alaska.


Incomparable divulgador, trabajador incansable, convencido y convincente de sus ideas, se encuentra entre los que han logrado por tener una conservación efectiva y real de múltiples especies y ecosistemas. Providencial consideramos muchos aquel encuentro que tuvo en su juventud con otro mito del conservacionismo, el profesor José Antonio Valverde.

Esa amistad marcó un punto de inflexión vital en su vida que lo lleva a participar de manera muy activa en la conservación de espacios naturales como Doñana, Daimiel. También especies emblemáticas como las rapaces, el lobo y millones de alimañas tienen que agradecerle su existencia. La existencia de la cetrería moderna en España mucho le debe a su figura. Fue fundador de la Sociedad Española de Ornitología o el impulsor de la vigilancia de avifauna en aeropuertos con halcones. Sus logros en la divulgación en radio, televisión, prensa, entregables, etc. aún son dignas de estudio y admiración, por citar algunos de sus hitos más renombrados y conocidos.

Como todo personaje carismático, con vocación de lobo alfa como el mismo decía, no eran pocos los que a su regazo hubiesen querido tener su locuacidad, capacidad de comunicación, entrega, fortaleza y constancia. Y quizás también por ello, esos que siempre iban a su rebufo se encargaron de destacar sus carencias. No en vano, Félix era humano. También sabía confiar ciegamente en aquellos que se ganaban su confianza como me respondía su hija Odile.

En el día de hoy, además de rendirle homenaje, como no puede ser menos, he querido reflexionar sobre la esencia de lo que me transmitió Félix, de cual fue el núcleo del mensaje que a mi se me quedó. Y creo que es el concepto de la realidad de una Naturaleza cautivadora y cruel, melosa y fulminante, deliciosa y violenta, colorida y aplastante, adorable y desgarradora. Félix siempre se preocupó de mostrar las dos caras de la moneda, de decir que el ecosistema existe y es mágico por el equilibrio de fuerzas que en el mundo salvaje es siempre cambiante. De manera incansable el vencedor se vuelve vencido y no por ello hay que sentir lástima, ni pena ni remordimiento pues un nuevo combate empieza a continuación sin ninguna dilación. La Naturaleza es dinámica y esa modificación interminable e incansable hace que para el que quiera mirarla, siempre le ofrece un nuevo ángulo a cada paso, un nuevo color del prisma que disfrutar. Quizás por eso, años más tarde observé con absoluta normalidad cómo un grupo de leones daba caza, derribaban y posteriormente se comían a búfalos o cebras. Hacía mucho tiempo que yo tenía interiorizado que uno tiene que morir para que otro pueda vivir.

Félix sabía que la vida era tan maravillosa porque está en contacto de manera permanente e indisoluble con su hermana la muerte. Que ambas van de la mano y que con ambas en la Naturaleza Salvaje tienen la necesidad de existir para que el conjunto tenga sentido. Él acató esa ley de manera ejemplar exprimiendo cada momento, cada situación, cada paraje, cada animal, de una manera arrebatadoramente pasional.

1 comentario:

Mariluz GH dijo...

Yo tenía 26 años y recuerdo haber llorado como una cría con su muerte. Jamás podremos agradecerle a ese genial hombre todo lo que nos enseñó y cómo aprendimos a amar la Naturaleza, aunque el mejor tributo es seguir sus pasos y proteger nuestro entorno.

un abrazo