Lo que está hecho es irremediable, sólo tiene sentido prestarle atención a lo que hacemos ahora y pensemos hacer en el futuro. Dar un puntapié en el hígado del futuro es una postura suicida.
El fracaso de Copenhague es una señal de que esto va mal. Pero nos están llegando señales mucho más contundentes e inquietantes (si no otros calificativos para el que ya los haya vivido en carnes propias) que proceden de la naturaleza, de la madre Tierra, de la que hoy, simbólicamente celebramos el día.
Que la acción del hombre está alterando el bioritmo del planeta, sólo lo niegan ya unos cuantos indecentes, esos que aún no respaldan algunas interesantes iniciativas en pro de la conservación. Propuestas, eso sí, aún demasiado ligadas a la economía y a lo políticamente rentable, más que al bien del planeta.
Arrancadas hay iniciativas privadas, pero no nos engañemos, una empresa hace una fábrica más eficiente por lo que se ahorra en impuestos y en factura de la luz y aprovisionamientos. Cuando la iniciativa parte de los poderes públicos, de entrada ya me irrita, pues me da por preguntarme en primera instancia, por qué no se habrá hecho antes. Hace unas semanas, el presidente del gobierno, José Luís Rodríguez Zapatero anunció que mediante un plan de eficiencia energética en más de 2000 edificios públicos se producirá un ahorro de 3.000 millones de euros al año. Si el sistema de Cap and Trade estuviese ya vigente, la deuda pública, transformada en déficit presupuestario habría hecho que el entrenador de España hubiese tirado ya la toalla.
Lo estamos haciendo mal. Mal desde la previsión, desde la gestión y desde la comunicación. El pasado sábado en Madrid, miles de personas salieron a la calle para decir que el fomento de los transgénicos desde la administración pública europea no es el camino correcto. El silencio en los medios de gran difusión fue pasmoso. Hay que recurrir a las páginas de las organizaciones convocantes como: Greenpeace, Amigos de la Tierra, Ecologistas en Acción, Sociedad Española de Agricultura Ecológica (entre otras decenas) para acceder a la información.
El consumismo desmedido, la urbanización sin control, la dependencia de los combustibles fósiles, el uso indiscriminado de la electricidad,..., convertir la biodiversidad natural en campos monocultivo, inmunes a todo lo que se acerque, no, no es el camino. Lejos de que puedan llegar a demostrarse los efectos nocivos de los transgénicos sobre la salud humana, tenemos que ver las consecuencias más inmediatas: la ruptura de ciclos biológicos complejos en nuestros campos. No, los transgénicos no son buenos para la Tierra, acordémosno hoy de ello.
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