Estamos alcanzando, según algunos sociólogos, un momento de “hiperdemocracia” crucial. Se basan en las millones de opiniones vertidas en páginas webs y blogs; a las convocatorias multitudinarias vía sms con el código “pásalo” y a la proliferación de dogmas y líneas de pensamiento colectivo que se adueñan del sentimiento de otros miles. Y es que, cuando no aparecen personas que, además de haber estudiado e investigado, además de tener vocación de servicio público, tienen valía y tirón, pasamos del discurso del diferente, a la política que mueve a un país a golpe de sondeo. Porque el líder hecho dirigente, además de tener ideas y propuestas debe presentarlas y exponerlas para que todos las entendamos y podamos a continuación opinar, a favor o en contra sobre ellas. Será el momento en que el líder deberá incidir para que su barco de remeros se ponga a rebosar.
La Unión Europea sigue siendo en este sentido más que nada Europea, en ese aspecto, cada país adopta un modelo de liderazgo y funcionamiento en sus dirigentes que resulta de lo más dispar. No pocos millones consideran el modelo a seguir el italiano, y consideran que la gran solución es colocar un “Berlusconi” al frente de cada país, aunque el cielo se les pinte de violeta. En Francia el liderazgo ahora es compartido. La gran mayoría, entre ellos España, carece de una referencia, de un capitán. Ahora bien, una situación, al menos curiosa, es la que constituye Alemania y Ángela Merkel, la que parece tener todo, menos la voluntad de ejercer, salvo cuando no tiene más remedio.
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