Según un estudio de la Universidad de Carleton, hay tres tipos de postergadores: los evitadores, es decir, los que no arrancan por miedo al fracaso (o incluso al éxito), los excitados, que son aquellos que esperan al último momento para que les suba la adrenalina y ser así más creativos; y los indecisos que son los que evitan cualquier responsabilidad.
Piers Steel, y su equipo de la Universidad de Calgary resuelven el problema con una ecuación U=E x V / I x D. Donde U es el deseo de terminar la tarea, E las expectativas de tener éxito, V la voluntad, I la fecha límite de entrega y D la tendencia personal a retrasar las cosas. Y nada, que cada uno ponga en ella el peso en el factor que más tranquilo lo deje, o si lo prefiere que pondere cada una de las variables a su antojo al objeto de deslizar el resultado deseado al costado que más guste.
El desgaste mental asociado al acto continuo de reordenar la cola de tareas pendientes, es notorio. Más al contrario, debemos tener presente que resulta realmente estimulante y satisfactorio escribir aquel mail que teníamos pendiente, enviar ese sms que a buen seguro provocará una sonrisa cómplice, leernos aquel informe para el que no conseguíamos sacar hueco, hacer esa llamada para la que nunca era el momento, ordenar aquel cajón que ya casi no nos atrevíamos a abrir, visitar a aquel amigo del que empezábamos a olvidar sus apellidos. Pequeños grandes gestos que le vienen bien a nuestro sosiego y conciencia, pero sobre todo a nuestra espalda, pues nos ayudan a descansar mejor y de paso también nos evitamos que algún amigo cruel nos adjetive con palabrejas raras.
2 comentarios:
¡caramba qué palabra más curiosa!
ya he aprendido algo más de mi: soy una bloguera intercrastinadora jejeje
dos abrazos
Que bueno Antonio...
Totalmente de acuerdo... Yo tengo bastante de itercrastinador e intento cambiar de verdad... Pero cuesta tanto
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