jueves, 29 de julio de 2010

La Huerta del Rey Moro

Un paseo por Enladrillada al caer la tarde hace que el más distraído repare en el empedrado, los zócalos, los balcones, el repujado de las rejas, las aldabas de las puertas, que levante la vista para buscar la luz en ese cielo que resulta más lejano que nunca, allá por encima de la última teja.


La ausencia de acerado, con un ancho de calle que apenas supera los dos metros en algunos tramos obliga al paseante a mirar hacia atrás para evitar posibles atropellos y a localizar a cada tramo algún hueco de puerta en el que cobijarse si fuese necesario.

Por eso sorprende que, a la altura del teórico portal 34, de repente se abra un hueco, aparece un elemento extraño entre tanto muro, un solar sin edificar. Una pequeña balda decorada con alegres graffitis anuncia que en su interior la vida tiene un buen lugar para expandirse en este mundo donde parecía estar ocupado todo el espacio útil.

Es la Huerta del Rey Moro, según Joaquín Moral García, arquitecto y miembro de la plataforma La Noria, “el mayor espacio público del casco histórico no urbanizado ni mercantilizado de Sevilla”.
El espacio es una antigua huerta precolombina de unos 5000 m², probablemente adscrita anteriormente a un convento. En ella se conserva la casa del rey moro, casa gótico-mudejar de fines del XV y la más antigua construcción doméstica de la ciudad excluyendo el Alcázar y residencias palaciegas. Fue declarado en 2001 bien de interés cultural, con la categoría de monumento.

Según Joaquín Moral “El potencial de la Huerta del Rey Moro como espacio lúdico y de encuentro se revela como inmanente al mismo, sin la necesidad de la clásica urbanización de espacio para su correcto uso que impone el urbanismo de autocad y catálogo. Diferentes espacios arbolados y vacíos verdes permiten albergar el reposo y el ocio entorno a actividades medioambientales, huertos escolares, comidas populares, un cine de verano, jornadas infantiles de juegos, actuaciones musicales, teatrales, títeres, talleres de pintura y muchas otras propuestas” .

Esa calurosa tarde del julio sevillano proyectaban en el cine de verano “Laputa: Castle in the sky”, aunque dado su malsonante título en castellano, y a pesar de que la censura franquista llevaba teóricamente muchos años desaparecida, se tradujo al español como "El castillo en el cielo", una joya de Hayao Miyazaki. Toques de humor para pequeños y adultos con una imagen muy a lo Heidi. Ua chica protagonista encantadora, los malos con buen corazón, personajes estrafalarios. Momentos dulces, tristes. Realmente un acierto de quien eligiese la cinta.

No la vimos, cuando el grupo de amigos se fue completando, optamos por no molestar a los que sí seguían el argumento y guiados por un instinto natural nos sentamos en unos bancos bajo unas moreras que nos facilitaban sombra ante una imponente luz blanca de la luna llena que todo inundaba. La charla amena, variada, interesante, cordial, de las de romper relojes, sólo se vio entrecortada cuando unos flashes desde el cielo anunciaron una nube, y una tormenta eléctrica que, bendita, decidió descargar sobre nosotros, regalándonos frescura, sonrisas y olor a tierra mojada. Tierra de cultivo que, quizás gracias a la diosa Cibeles, aún está produciendo en el corazón de Sevilla.

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