Una ola de ritmo, compás, armonía, entusiasmo y maestría pasó por encima de todo el foro iberoamericano la otra noche, la llevaron Elvis Costello y los Sugarcanes.
Es un placer estar cerca de gente que, sin necesitar demostrar nada, se entregan cada día, que pudiendo echarse a un lado para dar paso a jóvenes valores, siguen siendo ejemplo de trabajo y profesionalidad. Y eso, el que está enfrente, en este caso el público, lo siente, lo sabe.
Costello tiene 56 años, más de 30 discos publicados y un ímpetu personal idéntico al del primer día. Pueden ser algunos de los ingredientes que motivan a los mejores a trabajar con él. La consecuencia es, quizás la mejor banda que puede ver en este estilo.
El objeto del concierto fue presentar su último disco. Sin perderlo de vista, una vez que el público lo entendió y se acopló, pudo dar rienda suelta a su originalidad y espontaneidad, ratitos necesarios para que todo artista encuentre la magia. Incluso para acompasar esos tiempos llevó la iniciativa, con banda y público siguiéndole. No tocaba la flauta sino la guitarra.
En cada momento según lo requería, ponía garra y fuerza, delicadeza y ternura, alternando y dosificando cada ingrediente para conseguir que el resultado final fuese del gusto de la mayoría, porque a todos es imposible contentar. Es necesario que alguien muestre su disconformidad para que se pueda comprobar que, era posible la nota desafinada, que no era un sueño. Eso sí, el acorde fuera de tono estuvo alejado del escenario.
lunes, 2 de agosto de 2010
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