martes, 31 de agosto de 2010

Ramadan en verano

Acababa el Sha'ban, atardecía, y millones de ojos escudriñaban el cielo. Teníamos la suerte de estar en un sitio precioso, con las primeras estribaciones del Rif de fondo, el cielo claro y buscabamos la luna con el máximo interés, pero llegó la oscuridad y no pudimos verla, parecía que el momento se iba a retrasar. Sin embargo, al llegar a la ciudad esa noche del miércoles, nos anunciaron que algunos la habían visto en el Sahara. La incertidumbre se había esfumado, el Ramadan daba comienzo, el mes del ayuno musulman, seguido por unos 1.200 millones de personas en todo el mundo.

Una actividad religiosa escasamente comprendida por aquellos que no la practican "...todas esas Cuaresmas, Ramadanes y prolongados acurrucamientos en cuartos fríos y tristes eran pura insensatez, algo malo para la salud, inútil para el alma, y, en resumen, opuesto a las leyes evidentes de la higiene y el sentido común..." se queja Herman Melville.

Y sin embargo, como espectador no deja de ser francamente llamativas esas terrazas de café con muchísimo encanto y siempre repletas en Marruecos, esas tan bien descritas por Vicent en su último artículo, la sabiduría de estar sentado. Este mes de agosto también han estado llenas las terrazas, pero las mesas absolutamente vacías.

Hacer Ramadan en verano es especialmente duro. Por el calor, lo prolongado de las horas diurnas, por el radical cambio de horarios. Sin embargo la cuestión es tomada como un reto. Según la tradición, en condiciones normales un hombre sólo puede vivir el Ramadan en verano dos veces en su vida, dado que el noveno mes lunar como marca el calendario musulmán sólo cae en los meses estivales cada 35 años aproximadamente.

Un reto difícil de cumplir y es que el cuerpo puede a la mente en no pocas ocasiones. Por eso es fácil ver discusiones a última hora de la tarde, los accidentes de automóvil se multiplican, a no pocos les brota el mal humor y la falta de paciencia. Llamativas son las carreras hacia los domicilios con la caída del sol cuando todas van a casa a hacer la comida de ruptura del ayuno y las imprecisiones y torpezas crecen en todos los rincones.

Ya de noche, con los ánimos más calmados, el estómago satisfecho y las oraciones realizadas, resulta encantador asistir a las felicitaciones mutuas entre amigos y familiares por haber cubierto el día cumpliendo cada uno sus obligaciones. He podido comprobar en varias ocasiones como, si el hambre agudiza el ingenio, el ayuno alimenta la sabiduría. El Ramadan es también el gran mes para la meditación.

Desconozco si las vigilias y los ramadanes acercan al cielo y por tanto alejan del infierno, "el infierno es una idea que nació por primera vez de un flan de manzana sin digerir, y desde entonces se ha perpetuado a través de las dispepsias hereditarias producidas por los Ramadanes" se queja Melville, lo que si es cierto es que, aunque el cuerpo lo sufra, a los hombres parece hacerlos un poco mejores.

Estos días finales de Ramadan suelen ser los más duros pues el cuerpo ya está debilitado tras tantos días de ayuno diurno, ánimos.

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