viernes, 3 de septiembre de 2010

Sentí en mí de pronto una necesidad de imposible

Pedir la luna, la dicha, la inmortalidad, cualquier cosa descabellada que no sea de este mundo siempre pareció ser una locura, aunque lo dijese el representante de los dioses en la tierra.

Hay que pedirlas, hay que ambicionarlas para que resulten posibles, "sentí en mí de pronto una necesidad de imposible. (...) Las cosas tal como son, no me parecen satisfactorias" se lamentaba Calígula.

La obra escrita por Camus en 1939 y que se estrenó en el Hébertot de Paris en 1945 no habla de un loco, sino del despotismo que ha primado en el siglo XX y que sigue vigente en el XIX, la tiranía del poder económico.

EL INTENDENTE. ¡Oh!... debes arreglar algunas cuestiones concernientes al Tesoro Público.

CALÍGULA. ¿El Tesoro? Pero es cierto, claro, el Tesoro; es fundamental.

EL INTENDENTE. Cierto, César.

CALÍGULA. El Tesoro tiene un poderoso interés. Todo es importante; ¡las finanzas, la moral pública, la política exterior, el abastecimiento del ejército y las leyes agrarias! Todo es fundamental. Todo está en el mismo plano: la grandeza de Roma y tus crisis de artritismo. ¡Ah! Me ocuparé de todo. Escúchame un poco, intendente.

EL INTENDENTE. Te escuchamos.

CALÍGULA. Bueno, pues tengo un plan que proponerte. Vamos a revolucionar la economía política en dos tiempos. Te lo explicaré, intendente...Escúchame bien. Primer tiempo. Todos los patricios, todas las personas del Imperio que dispongan de cierta fortuna —pequeña o grande, es exactamente lo mismo— están obligados a desheredar a sus hijos y testar de inmediato a favor del Estado.

EL INTENDENTE. Pero César...

CALÍGULA. No te he concedido aún la palabra. Conforme a nuestras necesidades, haremos morir a esos personajes siguiendo el orden de una lista establecida arbitrariamente. Llegado el momento podremos modificar ese orden, siempre arbitrariamente. Y heredaremos.

El orden de las ejecuciones no tiene, en efecto, ninguna importancia. O más bien, esas ejecuciones tienen todas la misma importancia, lo que muestra que no la tienen. Por lo demás, son tan culpables unos como otros. Ejecutarás esas órdenes sin tardanza. Todos los habitantes de Roma firmarán los testamentos esta noche, en un mes a más tardar los de provincias.

EL INTENDENTE. César, no te das cuenta...

CALÍGULA. Escúchame bien, imbécil. Si el Tesoro tiene importancia, la vida humana no la tiene. Está claro. Todos los que piensan como tú deben admitir este razonamiento y considerar que la vida no vale nada, ya que el dinero lo es todo. Entretanto, yo he decidido ser lógico, y como tengo el poder, veréis lo que os costará la lógica.
Exterminaré a los opositores y la oposición. Si es necesario, empezaré por ti.

EL INTENDENTE. César, mi buena voluntad no admite duda, te lo juro.

CALÍGULA. Ni la mía, puedes creerme. La prueba es que consiento en adoptar tu punto de vista y considerar el Tesoro público como un objeto de meditación. En suma, agradéceme, pues intervengo en tu juego y utilizo tus cartas. Además mi plan, por su sencillez, es genial, lo cual cierra el debate. Tienes tres segundos para desaparecer. Cuento: uno...

La compañía L'Om-Imprebís está representando con enorme éxito la obra, hace unas semanas tuvimos la suerte de verla en Niebla. Además de la gran labor de dirección, ambientación y el trabajo de los músico-actores que hace engancharse al asiento, las reflexiones lanzadas a los cuatro vientos por Calígula sembraron muchas inquietudes en las, hasta entonces, tranquilas y sosegadas vacaciones de muchos. Tambores que resuenan en la lejanía en estas horas de retomar pulso de actividad laboral.
"Calígula siente que el mundo no está bien y lo que hace para remediarlo es ejercer el poder al límite. Al final, se equivoca y el reconocer su error es lo que apacigua su alma", reflexiona Santiago Sánchez, el director.
"Desde hoy en adelante, la libertad no tendrá fronteras" sentenciaba Cayo. Su corte no entendía, pero estaba obligada a obeceder.

El problema de la tiranía de Calígula radicaba en la angustia que crecía cada día entre los que los escuchaban, ansiedad que se alimentaba de la incomprensión ante las órdenes desconcertantes. Quizás uno de los motivos del asesinato, voluntariamente aceptado de Calígula, fue no saber que una tiranía es mejor acatada si se comprende razonadamente sus objetivos, sus fines, por muy controvertidos que sean. Eso sí, sigue siendo tiranía, donde la libertad tiene todas las fronteras.

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