miércoles, 27 de octubre de 2010

Sencillez. No te quedes allá dentro que acá fuera es Carnaval.

La responsabilidad de tomar decisiones en un entorno complejo, con escasa información y con la presión de los apurados plazos encima, suele nombrarse como la función más complicada de la acción directiva y empresarial. Elegir el camino acertado y la velocidad adecuada es igual de fácil que para un neoyorkino orientarse en la medina de Fez.

Para desarrollar y consolidar las capacidades y habilidades necesarias, el directivo, el empresario, además de contar con dones innatos, se prepara concienzudamente cada día, durante años. El objetivo es tener la mente lo suficientemente engrasada como para que, cuando llegue el momento decisivo, ese que no suele elegirse, pueda condensar todo su conocimiento, experiencia, técnica, habilidades y talento en pulsar la tecla correcta.

También la formacion, la cultura, la experiencia, el conocimiento, esos que tantas herramientas nos proprocionan para nuestros quehaceres, esas que siempre acuden en nuestro auxilio ante situaciones comprometidas, pueden también convertirse en murallas que nos aparten de los placeres de una vida sencilla.

Y es que precisamente el saber, el conocimiento y la responsabilidad, todos sumados, nos hacen ocupar demasiado tiempo y esfuerzo en realizar analisis y diagnosticos, que incorporemos decenas de pros y contras y presuncion de consecuencias a cada paso que pretendemos dar.

En el otro extremo, aunque no por si opuesto, la simpleza y la confianza hacen un coctel magico que deescongestiona nuestra mente y nuestra vida, haciendo que avancemos de forma agil y liviana. Si respetamos las reglas de convivencia sustentadas en nuestros valores, nos debemos olvidar de intentar controlar las decenas de flecos y consecuencias que inevitablemente nacerán de la decision tomada, la mayor parte de ellos se escapan a nuestro control y jurisdicción.

Demasiadas veces el lastre y el peso de los múltiples criterios a evaluar y de las posibles repercusiones impiden que actuemos, más tarde en resignado silencio nos lamentamos que la vida se nos va entre las manos como arena seca. Actuar, decidir implica por definición asumir riesgos.

Tomar decisiones implica jugar con las reglas del riesgo, ese que no puede ser controlado y acotado, y puede hacer que nos equivoquemos, quizás por eso las reglas del riesgo tienen su corolario en la cultura del error.

Cuando pasa por nuestra vida una persona que optó, quizas en su más tierna infancia por una existencia sencilla, y adivinamos sus bolsillos repletos de felicidad, la envidiamos. Suelen ser personas con dificultades para pronunciar el no ante lo desconocido. Y si se estropea pues ya lo arreglaremos, y si se moja pues ya se secará y si se enfada, pues ya se le pasará.

Los histriónicos que se tejen cada mañana una jornada compleja de sol a luna, se enrrabietan y gritan en su interior, ante un resultado frustrante,  ¡the last one!, se dicen, hasta la siguiente vez, claro. Solo cuando el hecho ademas de negativo, es traumatico se proponen realmente el proposito de enmienda, les llega entonces una etapa pletorica, en muchos casos pasajera, en algunos otros, afortunadamente perenne, y se convierten en apostoles de la buena vida. No porque lo promulguen expresamente, sino porque se les nota, y se vuelven, sin saberlo, envidiados. Ellos no lo saben porque en realidad ya no están para preocuparse por esas cosas.

La vida, mal que nos pese, es extremadamente corta como para que nos la automutilemos innecesariamente, es más sencilla que toda nuestra compleja red de criterios, decisiones y repercusiones que nos montamos artificialmente. Hay que meditar, reflexionar, sopesar, pero sobre todo, actuar, es sencillo.

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