Todos nos sentimos con derecho a juzgar, es natural, innato e inconsciente. Juzgamos lo que hacen y dicen los demás de forma continua. Pero a la vez, nos crecen como setas las pruebas de que no somos capaces de vivir a derechas nuestra propia vida.
La combinación de ambos factores tiene como consecuencia fatal la necesidad que tenemos todos de devorar vidas ajenas. Queremos saber como otros han resuelto cuestiones para las que a nosotros nos faltan las fuerzas para afrontarlas, que nosotros no hemos sabido hacer: la soledad, la muerte, el desengaño, la pasión, el compañerismo, el amor.
Este canibalismo llega a tener el punto culminante en la cultura. El artista siempre se ha nutrido de la vida ajena. Necesita vivir y experimentar, pero sobre todo contemplar. Guy de Maupassant lo describía perfectamente hace unos 130 años: “La cultura, como no podía ser de otra forma, siempre se ha alimentado caníbalmente de las vidas ajenas”.
El domingo 19 de diciembre, la portada del semanal del periódico de mayor tirada de España, El País, la dedicaba a este tema. Dice Muñoz Molina en las páginas del mismo periódico: “Llevo escribiendo en él veinte años (de todo empieza a hacer ya mucho tiempo). Nunca, nunca, habría imaginado que en la portada de El País Semanal pudiera aparecer una foto de Belén Esteban. ¿De verdad ya da todo lo mismo?”
Volviendo a Maupassant, añadía: “El artista tiene derecho a servirse de todo, a canibalizarlo todo. Cosa muy distinta es que tenga derecho a juzgarlo todo”.
Resulta curioso como el laicismo promulgado, la manoseada libertad de expresión y el desarrollo de canales de comunicación están llevándonos a juzgarlo todo, que la opinión de las vidas ajenas se conviertan en el ombligo del mundo. Los directivos de los medios de comunicación alegan que ofrecen un servicio y que el pueblo quiere circo.
No estoy de acuerdo con ellos, el circo bien entendido, bien elaborado, bien ejecutado es cultura, eso que ellos hacen, no.
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