jueves, 2 de diciembre de 2010

Identidad propia

Se señala al renacimiento como la época en la que el hombre cobró identidad propia. Durante centenares de años, la vida humana estuvo al servicio común, regida por los mandatarios, los gobernantes, los religiosos, los amos.

En un momento indeterminado, el hombre tomó conciencia de si mismo y comenzó a desarrollar la ciencia arquitectónica de la vida personal.

Sin embargo, si escarbamos en los dogmas promulgados por Voltaire, Kant, Locke, descubrimos que la vida privada es un paradigma iniciático, un dogma fundacional, un mito primigenio que escapa a cualquier época y condición, resulta intrínseco al individuo.

El derecho a gozar de la libertad de actuación, el poder de elección, la competencia de cada uno a elegir el modo en que ser feliz, es el tipo de principio fundamental que no adquiere dimensión hasta que no se palpa. Es el tipo de verdad que es humo hasta que no se abraza y se saborea. “Proclamo en voz alta la libertad de pensamiento y muera el que no piense como yo”, dice Voltaire.

Es fácil ser tronco en la corriente que nos arrastra. El determinismo va de la mano del victivismo. Poner las velas al viento de popa, asumir las reglas establecidas es renunciar a la lucha, ceder nuestra vida a la comunidad.

Del otro lado, asir la máxima de la plena libertad de vida propia no es lo mismo que vivir en la vulgaridad ética y ausencia de reglas para mantener la convivencia. Mantengamos el equilibrio, tampoco dejemos que nos incendien la conciencia, no existe una vida privada más indispensable que ninguna otra.

Razona Locke, "Puesto que todo hombre es consciente de sí mismo, de que piensa; y, siendo aquello en que, al pensar, su mente se ocupa de las ideas que están allí, no hay duda de que los hombres tienen en su mente ideas diversas, como aquellas que se expresan por las palabras blancura, dureza, dulzura, pensar, movimiento, hombre, elefante, ejército, embriaguez,…

Decidir el modo y el camino en que se es feliz es sinónimo de identidad, de autenticidad, de integridad desinhibida que se ha sacudido la rancia costra que reprime la vitalidad innata del corazón.

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