En términos colectivos, se construyen, con toda la intención, símbolos, referencias, eslóganes que permiten a la ciudadanía identificarse con una región, con un país, con una comunidad. El sentido de pertenencia, de identificación con el terreno, con la empresa, con la ciudad, con el partido, son fundamentales para reforzar la implicación y la participación, para transformar la individualidad en colectividad, y si se consigue que empujen, que luchen en el camino deseado, mejor que mejor.
En el ámbito individual, nos resistimos con uñas y dientes a que nos extirpen los recuerdos, al fin y al cabo son los asideros de nuestra identidad. Un buen puñado de escuelas filosóficas respaldan que si nos los quitaran, quedaríamos huecos, como el globo de un niño.
Para Zoé Valdés, por ejemplo, su asidero es el idioma, ese que la pone en contacto con su cultura, con su gente, por muy lejana que esté. Para otros, los asideros quizás sean más tangibles, más palpables: una marca de cigarrillos, un tipo de sombrero, hasta un amuleto. Esos pequeños detalles que sirven para recordarle quien es, dónde está.
La vuelta de rosca aparece al relacionar identidad con realidad. Asir nuestra identidad no tiene por qué llevarnos a la realidad terrenal, a las circunstancias que pueden rodearnos circunstancialmente y que, deseamos, muchas de ellas sean coyunturales. La identidad, como ego debe colocarse por encima, como ideal, sustentada en principios y valores, por los que se debe combatir sin descanso. La identidad alimenta la autoestima por encima de las miserias que nos traban el camino. Hace mucho que Parménides expresó esta idea con total nitidez: "Lo mismo es en efecto pensar que ser".
Martin Heidegger, relaciona la identidad con el término Ereignis. El origen de la palabra es el vocablo "Er-einen" que significa originariamente: asir con los ojos, esto es divisar, llamar con la mirada, apropiar. Para Heidegger, hablar del Ereignis como acontecimiento de transpropiación, significa trabajar en la construcción de uno mismo. En la medida en que construimos nuestra esencia con el lenguaje habitamos en el ereignis, como expresa el propio Heidegger, "el lenguaje es la oscilación más frágil y delicada que contiene a todo dentro de la construcción en equilibrio del Ereignis".
Tiene toda la razón Valdés, y también aquellos que en muchos rincones del planeta luchan para que lenguas ancestrales no mueran, son asideros que construyen entidades. Como ladrillos, las palabras que utilizamos en nuestros pensamientos, nos construyen. Las nuestras, las palabras que usamos en cada momento, con cada intención, con cada significado singular nos hacen únicos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Nube de etiquetas
Isla Cristina
Andalucia
ecología política
marruecos
Colectivo Ornitológico Cigüeña Negra
José Ortega y Gasset
estrecho gibraltar
FAO
José Luís Sampedro
Tarifa
Adam Smith
Antoine de Saint-Exupéry
Antonio Machado y Núñez
Aristóteles
Bertolt Brecht
Borges
Charles Darwin
Fundación Migres
Mario Benedetti
William Ospina
keynes
mohamed vi
Antártida
Cabo San Vicente
Cambio climático
Descartes
Hegel
Javier Reverte
Kant
Nieztche
Paul A. Samuelson
Platón
Porter
Ursúa
ariadna
artemisa
malthus
teseo
Al-Andalus
Alexander Selkirk
Anton Chejov
Calderón de la Barca
Chatwin
Eduardo Galeano
Eigenzeit
Galeano
Gandhi
George Francis Train
Herman Melville
James Joyce
John Elliott
Kundera
Mandelbrot
Mihay Csikszentmihalyi
Moby Dick
Molière
Nabokob
Peninsula Valdés
Proust
Shackleton
Shopenhauer
Smir Restinga
South
Sun Tzu
Séneca
Sócrates
alqueva
goethe
julio verne
lunático
mefistófeles
muñoz rojas
ortega y gasset
tony judt
weber
No hay comentarios:
Publicar un comentario