domingo, 17 de abril de 2011

El odio refinado

Como característica del ser humano, el odio se puede presentar en cualquier momento, esperándolo o no, estando preparado o con la guardia baja. Es un rasgo que distingue a las personas del resto del animales en cuanto que el odio puede considerarse como un desequilibrio del espíritu.


Es cada persona quien lo modela, lo gradúa, lo expresa, lo transmite de una manera singular. Puede ubicarlo en campos ideológicos y generalistas o en espacios reducidos, personalistas. Es por ello, por lo que sus efectos pueden ser superfluos, hirientes o letales.

Palpar el odio ajeno nos hace vulnerables, buscamos protección primero, reflexionamos después, alimentamos también el odio a continuación como si de un proceso natural se tratase: “Comencé a odiarlos de corazón, mas no con odio refinado. Quizá los odiaba más por el perjuicio que me iban a hacer a mí que por el modo ilegal con que procedían con los demás. Por supuesto, que estos individuos actúan de manera repugnante y andan lejos de Ti, amando la burla y el engaño pasajero; tienen interés por un lado que no puede cogerse sin ensuciarse uno las manos. Creen en un mundo cambiante y te desestiman a Ti que eres eterno, que llamas y perdonas el alma humana que vuelve a Ti de su vida depravada”, San Agustín, Confesiones.

Algunas personas integran el odio en su forma de ser e impregnan de él toda su vida, en 1880, Friedrich Nietzsche, hablaba de Pablo, el apostol: “ San Pablo fue a la vez el defensor fanático y el guardia de honor de este Dios y de su ley. En lucha incesante y en acecho contra los transgresores de esta ley y contra los que la ponían en duda, era duro y despiadado con ellos y estaba dispuesto a castigarlos con el mayor rigor. Y entonces experimentó en su propia persona que un hombre como él, violento, sexual, melancólico y refinado en el odio no podía cumplir esta ley; es más y esto le pareció más extraño: advirtió que su ambición desenfrenada le impulsaba continuamente a pisotear la ley que tenía que ceder a este aguijón”.

La paradoja intrínseca al ser humano vuelve a aparecer sola. Culpamos, y somos capaces de odiar a otros, y perseguirlos, vilipendiarlos, desprestigiarlos, castigarlos si pudiésemos, matarlos si llegase el caso, por cuestiones que nosotros mismos no somos capaces de cumplir. Cuan extraña es la naturaleza humana.

1 comentario:

Israel dijo...

Como dijo Daudet "el odio es la ira de los débiles".