Es cada persona quien lo modela, lo gradúa, lo expresa, lo transmite de una manera singular. Puede ubicarlo en campos ideológicos y generalistas o en espacios reducidos, personalistas. Es por ello, por lo que sus efectos pueden ser superfluos, hirientes o letales.
Palpar el odio ajeno nos hace vulnerables, buscamos protección primero, reflexionamos después, alimentamos también el odio a continuación como si de un proceso natural se tratase: “Comencé a odiarlos de corazón, mas no con odio refinado. Quizá los odiaba más por el perjuicio que me iban a hacer a mí que por el modo ilegal con que procedían con los demás. Por supuesto, que estos individuos actúan de manera repugnante y andan lejos de Ti, amando la burla y el engaño pasajero; tienen interés por un lado que no puede cogerse sin ensuciarse uno las manos. Creen en un mundo cambiante y te desestiman a Ti que eres eterno, que llamas y perdonas el alma humana que vuelve a Ti de su vida depravada”, San Agustín, Confesiones.
Algunas personas integran el odio en su forma de ser e impregnan de él toda su vida, en 1880, Friedrich Nietzsche, hablaba de Pablo, el apostol: “ San Pablo fue a la vez el defensor fanático y el guardia de honor de este Dios y de su ley. En lucha incesante y en acecho contra los transgresores de esta ley y contra los que la ponían en duda, era duro y despiadado con ellos y estaba dispuesto a castigarlos con el mayor rigor. Y entonces experimentó en su propia persona que un hombre como él, violento, sexual, melancólico y refinado en el odio no podía cumplir esta ley; es más y esto le pareció más extraño: advirtió que su ambición desenfrenada le impulsaba continuamente a pisotear la ley que tenía que ceder a este aguijón”.
1 comentario:
Como dijo Daudet "el odio es la ira de los débiles".
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