domingo, 24 de abril de 2011

Idealizar personas

Encapsunlado conceptos en la ficción es fácil definir los límites. El bien es el Bien, y el mal es el Mal. Sin embargo, la vida nos enseña desde muy temprano que la realidad es mucho más compleja que cualquiera de los mundos imaginados. Por eso, la mejor manera de conocer a alguien no es escuchar hablar de él sino presenciar sus acciones, sus gestos, sus comportamientos.

Gracias a las historias previas que nos relatan con todo lujo de detalles y que suelen anticiparse al momento de la presentación, construimos estereotipos, forjamos prejuicios y pensamos conocer a personas mucho antes de haberlas podido saludar por primera vez. Después de algunos ratos juntos, el gesto más nimio e inesperado gesto nos perfila el verdadero personaje, va dejando de ser un desconocido. Esos detalles sutiles se convierten en trascendentes, como cuando pide sacarina para el té, se hace un doble nudo en el zapato o tamborilea con los nudillos bajo la mesa.

Sin necesidad de invadir secretos personales, ahondar en el conocimiento del otro pasa por compartir experiencias y situaciones que dejen aflorar virtudes y defectos. Todos los tenemos. En el cole dejaban de tener credibilidad las historias de las vidas de los santos a la vez que el vello y el acné reclamaban su protagonismo. Porque no es creíble una vida intachable, porque sin pecado (de pensamiento, obra u omisión), el hombre no es hombre. No es necesario sentirse culpable por ello, basta con ser consciente.

En la construcción de mitos e ídolos, los biógrafos dejan fuera todo lo que no sea políticamente correcto, diseñando un personaje de ficción que engrandece a la persona real, convirtiéndolos en semidioses envidiables, pero también inalcanzables para el pueblo llano del que quieren convertirse en referencia.

Más pronto que tarde los defectos y errores salen a la luz, y algunos otros se jactarán con ellos. No pocos autores son leídos por subrayar la prematura sífilis de Carlos V, o la incontenible lujuria de Felipe IV.

Cuando se pisa tierra, uno se da cuenta que las personas no son virtuosamente ejemplarizantes, no son arquetipos modeladas por la mano de un Miguel Ángel eterno. Son mucho más que eso, cada uno de nosotros encerramos todo un mundo, llevamos con nosotros toda la esencia de la complejidad humana.

La idealización que lleva en ocasiones al amor platónico tiene riesgos importantes pues mientras uno construye elaborados castillos de cristal, el otro puede estar ejerciendo de cola del diablo.

1 comentario:

Ana Fernández dijo...

Sin duda nadie se ha salvado del dulce sufrimiento que causa la imposibilidad de “poseer” a alguien que inconscientemente se idealiza… amor platónico… es inevitable que tarde o temprano topes de frente con la cruda o no realidad…bs.