Estaría bien si regresaran, podríamos prestar atención a lo que entonces nos pasó inadvertido. No es menor la cuestión, gente como Montaigne, Cervantes, Shakespeare, Flaubert, Conrad o Henry James lo hicieron, se dedicaron a mirar lo inadvertido, lo que había pasado por alto, por suerte, nos lo contaron.
Evocar mundos imaginados nos traslada a posibles, a deseados. Nada peligroso en todo caso, al fin y al cabo, sólo un pequeño ejercicio inocente, soñar despierto no debe hacer daño a nadie. Admitámoslo, si bajamos la guardia, somos inocentes también despiertos. Waits y Richards lo metieron en un cercado, asumieron que sólo “eres inocente cuando sueñas”.
Los cánones actuales encierran sin embargo a los sueños en la oscuridad, al abrigo de la noche, en las horas que amordazamos nuestra conciencia con las sábanas.
Los sueños se van con el amanecer, tan empeñados estamos en madrugar para ver si cae la breva de que Dios nos ayude, que dedicamos escaso tiempo al sueño. Puede que sean las leyendas los únicos sueños que no se desvanecen con la luz del día, aunque haya que esperar pacientemente a que el sol se vaya a dormir para que puedan volver a hacerse realidad.
Estoy convencido, lo somos, somos inocentes porque nos esforzamos en querer que los sueños no se nos descacarillen en contacto con la realidad. Sólo en ellos podemos encontrar nuestras libertades más íntimas. Para no pasar un mal rato es aconsejable según Pound, que nos centremos en sueños que no requieran desengaños.
Entreno cada día mi inocencia, que no se oxide, me gustan los sueños a la luz del día.
Son puentes, los sueños son puentes entre nuestra realidad diurna y la grisácea nebulosa nocturna, recordarlos, vivirlos conscientemente nos ayuda a trazar sendas entre uno mismo y los demás, como si de lindos amaneceres se tratasen.
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