Me gustaría que fuese sólo una apreciación personal, subjetiva, y motivada por el hecho de que en mi discurrir por el paisanaje urbano, son esos pocos preocupados los que llaman mi atención y que, en cambio, la gran mayoría de la población está alegre, aunque pasen para mí desapercibidos gracias a la transparencia de la cotidianeidad.
Si acaso no fuese así, si incluso sólo tuviese razón lo anterior dicho sobre el pesimismo para una única persona de las que me he encontrado hoy, a ella va dirigido este escrito. Porque tengo que decirle que es necesario considere que los malos episodios dejan huella, como cicatriz invisible que perdura durante mucho tiempo.
Las malas experiencias, los sucesos complicados, agrian el carácter. En función del origen de las tensiones (amoroso, económico, social, familiar) se genera en la persona, se va formando una armadura, una dureza, una introversión, un pesimismo, una inseguridad que le alarga a uno la cara y le encoje el espíritu.
Algunos saben sacudirse este espanto de manera ágil y pronta. Otros quedan absorbidos, acaban convirtiéndose en un Mr Scrooge, en un ermitaño o un Ahab obsesivo.
Estos últimos deberían hacer suya la sentencia de Darwin: "No son las especies más fuertes ni más inteligentes las que sobreviven sino las que mejor se adaptan al cambio".
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