"Una vez, cuando todavía era mucho mas pequeño, había preguntado en clase de religión si Jesucristo tenía que hacer esas cosas como un hombre corriente, ya que, como hombre corriente, comía y bebía. La clase se partió de risa y el profesor de religión le había puesto en el cuaderno de notas una amonestación por "mal comportamiento". Pero Bastian no había recibido ninguna respuesta. Y la verdad era que no había pretendido portarse mal", Michael Ende en La Historia Interminable.
No es usual que estas pequeñas menudencias escatológicas formen parte de las narraciones e historias que leemos o vemos, sin embargo, para los pobres mortales pueden convertirse en vitales. Todos recordaremos un examen en el que la vegija nos impusiera creibles amenazas de reventar. Una cola de lavabo en el bar de moda o esa súbita contracción instintiva ante una súbita diarrea incontenible.
No, los héroes no necesitan de esta parte de la vida. Son raros los libros o películas que se paran en estos detalles; cuando lo hacen, es para poner en grado superlativo una situación limite del protagonista, nunca como hecho cotidiano que forme parte de lo habitual y normal.
La mayor parte de los autores parecen considerar que esta faceta de la existencia no aporta nada a la historia que quieren contar y se la saltan, aunque esto elimine rasgos propios de la humanidad a la historia.
Estas cuestiones constituyen, al fin y al cabo, taras de los mundos imaginados. Por más cautivadora, seductora, mágica, perdidamente irresistible que resulte Ava Gardner en la noche de la iguana, me sigo quedando con las chicas de verdad.
lunes, 6 de junio de 2011
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