No son esas las cualidades que se esperan de unas monjas de clausura. Y sin embargo, son las que el director artístico de LaImperdible otorgó a las actrices que han hecho durante unas semanas de Clarisas, en la obra que se ha puesto en escena a diario en el Monasterio de Santa Clara, en Sevilla.
Las Clarisas han roto su clausura. Lo han hecho para sacar a pasear, para revivir algunas de las historias, algunos de los personajes históricos con más enjundia de la particular historia sevillana. Porque es cierto que Fernando III, Beatriz de Suabia, Juana de Pointhieu, el Infante Don Fabrique, Doña María Coronel, el rey Don Pedro han vivido algunos episodios dignos de la novela romántica más desgarradora, o de la representación teatral más arrebatadora.
“De lo único que se me puede acusar es de haber sido tan inocente como para haber creído en el amor” alegaba en su defensa el Infante Don Fabrique ante la sentencia de muerte que le había dictado su hermano. Ante tales circunstancias, no puede ser de otra manera, a la torre de Don Fabrique la llaman la encantada. Alguien que ama de esa manera, también es capaz de esperar allí a su amada durante una eternidad.
El amor del rey Don Pedro por Maria Coronel fue mucho más obsesivo y corrosivo. En sentido figurado y literal, pues tras esconderse por toda Sevilla, al ser descubierta por el rey en el fondo del convento, ante la desesperación por el acoso, ella misma se echó aceite hirviendo en la cara para desfigurarse. De algún modo, gracias a esa historia se debe la fundación del magnífico convento de Santa Inés donde se venera el cuerpo incorrupto de dona Maria y puede visitarse cada 2 de diciembre.
El claustro de Santa Clara, lugar mismo donde pudieron vivirse estas mismas escenas, contempladas por los mismos cipreses y naranjos que firmes y altivos dominan el patio, se convierte durante un rato en escenario que permite volver a coger forma humana a Fernando, Beatriz, María, Alfonso, Pedro… y decenas y decenas de vidas e historias que han poblado y siguen perviviendo entre esos muros.
La obra acaba, amena, dinámica, con mucho compás que diría un flamenco, se hace corta, pues queda la sensación que apenas al espectador se ha dejado entrever una menudencia de toda la leyenda que el convento encierra. Es como si tuviese que adivinarse un mundo mirando sólo un instante por el ojo de la cerradura. La Imperdible sabe bien despertar la curiosidad, sigamos alimentándola, sigamos leyendo, sigamos visitando estos sorprendentes lugares.
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