También es aplicable al lenguaje. Académicos y linguistas lo llevan estudiando muchos años y grandes obras de investigación versan sobre la evolución del lenguaje. De cómo éste, va adaptándose a los tiempos, dejando obsoletos algunos vocablos, inventando otros, modificando las existentes, adoptando vocablos procedentes de otras lenguas.
Y después están las variantes locales, las adaptaciones. Los localismos que son usados al principio por un puñado de personas y que si resulta práctico, idóneo, innovador, práctico; si optimiza el uso del lenguaje y expresa nuevas acepciones, más contenido, se va extendiendo poco a poco como la pólvora.
Siempre me ha gustado pensar que la manía, defecto según otros, de los andaluces de acortar palabras es en realidad una evolución positiva pues te permite hablar más rápido, decir más contenido en menos tiempo. Y todos lo siguen entendiendo. Por qué defecto entonces, virtud en realidad de la que están tomando nota, de forma natural otros muchos lugares.
También se producen aquí apuestas arriesgadas, extremas, donde la capacidad de síntesis, de abstracción contenida en un pequeño vocablo hace que una herramienta tan compleja, un instrumento tan elaborado, corra el riesgo de sólo poder ser interpretado por apenas un manojo de elegidos, esos que siempre se adelantan a su tiempo, esos revolucionarios que sólo muchos años después obtienen reconocimiento.
Un claro ejemplo de esta situación es el saludo que se intercambian los nativos de Isla Cristina. Es rápido, preciso, conciso. Cuando dos isleños se cruzan en la calle, ambos, al unísono emiten un "EEeehh!" que al extraño puede parecerle una nota musical. Encierra en realidad tanto contenido que necesitaría otro post para desarrollarlo.
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