Y yo sentía envidia. Al principio una envidia egoista, rabiosa, de esas que sulfuran por dentro. Envidia de no haber compartido con ella esa momento. Puede decirse que la amo, si es que amar es algo parecido al deseo de estar con ella, que me sienta a su lado, si es que amar tiene algo que ver con compartir la vida presente y futura, llevando en la mochila nuestras propias experiencias y vivencias pasadas. Envidia primaria de no haber podido compartir esas risas, esas vistas, esos amigos, esas cervezas. Esas menudencias que se me antojaban únicas e irrepetibles que ya habían pasado, que no volverían jamás a repetirse y que yo me había perdido.
Afortunadamente, me evadí de ese primer colapso egoista rapidamente, haberme quedado en él hubiese sido un error imperdonable, pues en el fondo, es tan baldío que se queda en negarle su autonomía, su margen, su libertad. Pretender que el otro disfrute de la vida sólo en nuestra presencia, por mucho que nos repitamos que somos capaces de hacerlo infinitamente feliz en cada momento es una tropelía contra la maravillosa profundidad del alma humana.

Me dí cuenta que en realidad sólo pensaba en mí mientras ella compartía conmigo ese ratito. Dejé de oirla y empecé a escucharla.
1 comentario:
Buena evolución. Bonito gesto
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