miércoles, 7 de septiembre de 2011

El erotismo de la reina

Para ser de mesa, al fin y al cabo un juego de mesa, resulta asombroso cuanta cancha puede ofrecer en otros ámbitos. Y es que, en mi opinión, el ajedrez es uno de los juegos más eróticos del mundo.
Al inicio, las fichas dispuestas, cada una en su lugar reglamentario, cuidadosamente elegido, enfrentadas negras y blancas se presagia una dura batalla, y sin embargo, cada uno de los contrincantes no hace sino mirar a los ojos al adversario, tratando de adivinar cualquier pincelada de su estrategia para arrebatarle la iniciativa en el juego. Lejos de connotaciones negativas y destructivas, el momento que más puede asimilarse no es otro que el del inicio del juego seductor.

El ajedrez gira en torno al Rey, es la pieza más importante, su desaparición es la pérdida total, el desastre, el fracaso. Y sin embargo es de las piezas menos poderosas sobre el tablero, apenas puede desplazarse una casilla, necesita de todas las otras para defenderse, para sobrevivir. Entre ellas, de la Reina. Su desaparición sin embargo, no resta continuidad al juego, es otra más, y a pesar de ello, sobre la mesa, es la diosa, es la que tiene mayor capacidad de movimientos. Esa versatilidad la hace letal en unas buenas manos, en una buena mente, puede volver sumiso y débil al enemigo, obligarlo a hacer concesiones, a tornarse a la defensiva y mover ficha al remolque de lo que se le dicte. Puede ser la artífice de la victoria, edificándose en diosa y musa, idolatrada por todos, y también ser sacrificada, como víctima de la lucha, o como gran señuelo ante el que el rival no puede resistirse.

Sin atisbo de violencia, entre los rivales, entre los contrincantes, se produce una lucha vital con dos herramientas básicas, las manos moviendo las piezas, y la mirada escudriñando la mente del adversario, de nuevo sólo pueden surgirme connotaciones del juego amoroso.

La primera partida de ajedrez con alguien es un no parar de descubrir, de descifrarlo, de conocerlo, de sorprenderse con sus movimientos, con adivinar sus preferencias, sus fortalezas y también sus debilidades. Aprendemos si le gusta más usar la torre o el alfil, es decir, si es más directo y contundente, más vertical, o en cambio gusta más de entrar por el lado, casi sin hacer ruido, hasta la línea 8 si hace falta.

Cuando nos sentamos frente a un rival habitual, le hablamos de compañero. No deja de sorprendernos, por eso nos gusta jugar con él, pero también lo conocemos muy en detalle y el juego consiste en explorar nuevas ideas, nuevas jugadas, nuevas estrategias.

En cierta ocasión regalé un tablero y unas piezas. Madera noble, talladas a mano. Resultó un presente inútil, nunca jugamos juntos. Aún tardamos un poco más en dejar la relación.

Cuadros de Cesar San Román

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