miércoles, 21 de septiembre de 2011

Reina Claudia

Ahora que los convenios internacionales se convierten en papel mojado, ahora que las posturas de los países y sus dirigentes se tornan variables según el zapato que más apriete, me gusta mirar hacia acuerdos que no por transversales son menos importantes y que me sirven para tomar conciencia de lo interesante y rica que es la vida que pasa por delante de nuestros ojos.

Por convenio internacional y plenamente aceptado, el inicio del otoño se produce en el instante en que el centro del Sol, visto desde la Tierra, cruza el ecuador celeste en su movimiento aparente hacia el Sur. Cuando esa línea imaginaria se produce, la duración del día y la noche son prácticamente coincidentes, es el equinoccio de otoño. Aceptamos como norma general que es hoy, 21 de Septiembre, aunque debido a esas pequeñas imprecisiones del universo, este año de 2011 elotoño llegará el 23 de septiembre a las 11:05, hora española.

Empieza el otoño, acaba el verano. Buen momento, como cualquier otro para mirar la mochila, a ver que nos ha dejado estos tres meses de luz y sol acá en el lado norte de la tierra.

En mi caso, puedo decir que éste ha sido el verano de la Reina Claudia. Es en realidad una variedad de ciruela, deliciosa, particular, no muy extendida. Pequeña, mediana, redonda, de un verde oliva precioso y con una dosis de azúcar tal, que colma las necesidades del más goloso.

Mi verano ha estado marcado por las claudias, he sido consciente solo casi al final, cuando me he dado cuenta que las he ido acompañando en su ciclo de maduración de Sur a Norte, porque, como la mayoría de las frutas, los árboles más al sur y más cercanos a la altitud del mar son los primeros que cuajan, y los que se encuentran en paralelos superiores y en lo alto de las montañas tardan más en madurar.

En Sefrou las encontré en un rincón de la medina a mediados de junio. El chico del puesto, me ofreció una al ver que llamaban mi atención. Recuerdo que me parecieron preciosas estéticamente, su color verde oliva, algunas con tono oro viejo no animaba los buenos augurios. Primera grata sorpresa, primer aprendizaje de la Claudia, dulce, sabrosa, textura justa, compre un kilo. Después, familiarizado con ellas, las volvería a descubrir al borde de la carretera, donde los chicos las vendían por cubitos a 20dh. En la medina de Fes practiqué su localización en los pocos puestos que la tenían, se formaron en mi prejuicios positivos hacia el dueño o tendero de dichos tenderetes, se me generó una predisposición positiva hacia los sitios que las vendían, bienvenidas siempre esas sensaciones.

En el sur de España, a comienzos de agosto, y buscando los ricos higos milaneses, esos dulces, negros, pequeños, empezonaos que crecen en las higueras junto a los pozos de Lepe, Cartaya, Villablanca, volví a encontrarlas, de nuevo en una esquinita de una frutería en un rincón del pueblo. Pregunté de dónde procedían, tenemos un par de estos ciruelos desde toda la vida en la finca, fue la respuesta. Cosecha propia, reducida, esmerada, pequeño tesoro. Esas también estaban deliciosas, tomadas del árbol en su momento idóneo. Amor por lo propio, que nunca desfallezca.

Al fin, o eso creía yo, las vi en Guarda, también escondidas, también baratas, como si de un producto de segunda se tratase, cobijadas en un caja pequeña a la puerta de la tienda en una estrecha calle del centro. Ya estaba muy al norte, a bastante altitud. Al día siguiente, dando un paseo por los primeros metros del río Mondego llamaron mi atención dos árboles, claudios asilvestrados, y cargados de fruta, tome conciencia de la entrada de la Reina Claudia en mi vida. Cogí las que pude, comí muchas, quizás demasiadas a la propia sombra del ciruelo. Volví de mi viaje con un puñado de claudias como si de un pequeño tesoro se tratase, deseando compartirlas antes que perdiesen su punto de maduración.
Fue entonces cuando cogí el ordenador y le pregunté por la fruta. Conocí entonces de su incierto origen o que en Alemania la llaman “reneclouden”, en alusión a Claude de France (1499-1524).

Irrumpió septiembre, las tareas, las carreras, los espacios, los horarios, las caras cotidianas, el verano parecía haber huido despavorido. Ayer las encontré en una frutería de barrio en Sevilla. Me las trae un señor mayor de su huerta, me explicó el frutero. Bendito sea, que lo siga haciendo mucho tiempo, pensé yo. Y me fui a ponerlas un rato en el frigorífico para disfrutarlas mientras se agotan las últimas horas de la estación.


En la literatura me irrumpió también la claudia. Este verano tuve la oportunidad de conocer a Renée, la eriza elegante de Muriel Barbery. En uno de sus razonamientos magistrales, explica: “… Los textos de Kant son grandes textos, y así lo atestigua su aptitud para superar la prueba de la ciruela claudia.

La prueba de la ciruela claudia asombra por su evidencia; tan evidente es, como digo, que lo deja a uno desarmado. Su fuerza estriba en una constatación universal: al morder la fruta, el hombre comprende al fin, ¿qué es lo que comprende? Todo. Comprende la lenta maduración de una especie humana abocada a la supervivencia que, un buen día, llega a la intuición del placer, la vanidad de todos los apetitos ficticios que distraen de la aspiración primera a las virtudes de las cosas sencillas y sublimes, la inutilidad de los discursos, la lenta y terrible degradación de los mundos a la cual nadie podrá sustraerse y, pese a ello, la maravillosa voluptuosidad de los sentidos cuando conspiran a enseñar a los hombre el placer y la aterradora belleza del Arte.

La prueba de la ciruela claudia se efectúa en mi cocina. Sobre la mesa de formica dispongo la fruta y el libro, y, atacando la primera, me lanzo también sobre el segundo. Si resisten mutuamente a sus cargas poderosas, si la ciruela claudia no logra hacer que dude del texto y si éste no acierta a arruinarme la fruta, entonces sé que me hallo en presencia de una empresa de envergadura y, atrevámonos a decirlo, de excepción, tan escasas son las obras que no se ven disueltas, ridículas y fatuas, en la extraordinaria suculencia de los pequeños frutos dorados”.

La ciruela claudia me ha aportado, antes incluso de yo saberlo, en estos meses dulzura y lecciones de vida, las llevo conmigo.

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