jueves, 1 de septiembre de 2011

Viajar no es tocar los extremos


En estos días de vueltas, incorporaciones y retornos a lugares y horarios comunes, voy a encontrarme, por suerte de nuevo, con amigos y conocidos que habrán realizado en época de vacaciones actividades inusuales, singulares, únicas en no pocos casos.

Me encanta escuchar sus historias y vivencias, no tanto sus anécdotas, mejor sus experiencias, sus aprendizajes.

Lo que menos me gusta es verlos presumir de haber llegado lejos, quizás hasta algún recóndito rincón del planeta. En no pocos casos su viaje ha consistido en eso, transportarse lejos, rápido.

A esos, sin ánimo de aguarles la fiesta y devolverlos a tierra, suelo responder con una idea que suavizo o endurezco según se merezca el interlocutor, y que extraigo de un párrafo de William Ospina, un escritor que te hace viajar en el espacio, en el tiempo y en la reflexión personal:

"Solo conoce el mundo quien lo recorre minuciosamente, y en nuestro tiempo los viajeros saben cada vez menos del espacio que cruzan. Poco puede sentir de los países quien pasa en un avión a ochocientos kilómetros por hora, para quien desiertos y océanos son una misma cosa abstracta a treinta mil pies de profundidad, para quien no es posible advertir mas diferencias que la forma vaga de las montañas o la mancha de los mares interiores, para quien solo existen los puntos de partida y de llegada.

Volar es poco más que hojear un atlas, aunque al menos permite tocar los extremos del camino. Los viajeros de antes recorrían, al ritmo del caballo y del viento, cuando no paso a paso, casa peñasco de los Alpes, cada ruta del bosque, cada fracción de niebla de los altos andinos; bebían todas las brisas, escuchaban todos los pájaros, tuvieron una relación con el mundo que hoy difícilmente alcanzamos a imaginar".

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