miércoles, 2 de noviembre de 2011

Modernas cenicientas

Lo tremendo, lo terrible, lo incomprensible, es parte de la vida, y la imaginación es un instrumento poderoso para nuestra supervivencia. También para nuestra felicidad”, nos dice Jung.

Materializadas en acciones tenebrosas, en ocasiones simbólicas, los malos de las películas y de los cuentos generan conflictos que, son impulsores, motores de acción y cambio.

Son incontables los estudiosos que se han ocupado de los personajes centrales de los grandes cuentos tradicionales. Uno que cuenta con numerosas versiones y variantes es el de la Cenicienta, esa pequeña, inocente, inteligente y linda niña que es la envidia de su propia madre (madrastra en las versiones modernas) que la lleva a querer devorarla y matarla (encerrarla en las revisiones recientes).

El camino de Cenicienta, más allá del análisis psicoanalítico, puede asemejarse en mucho, en sentido simbólico con el de las emprendedoras. Muchas niñas se sintieron Cenicienta en su infancia, y en ellas quedó grabado un mensaje que va más allá de lo que ahora, de adultos, somos capaces de entender. En aquel momento, con el símil de la Cenicienta o Caperucita, el patito feo o Blancanieves, muchas niñas destruyeron sus iniciales complejos de Edipo, las ayudaron a combatir frustraciones, rivalidades entre hermanos, conocer, en el extremo los límites de la vida y la individualidad. Pero sobre todo encontraron un haz de esperanza para iniciar el camino de la independencia y la libertad.

Es más, al final del camino está la recompensa, hecha en aquellos momentos realidad mediante una boda interclasista con el seguro de vida y felicidad que era el príncipe.

Aunque siguen estando ahí para las que lo prefieran, es una gran fortuna para los que podemos compartirlo, que las chicas de hoy ya no necesiten de un príncipe azul. Encuentran la satisfacción, la libertad y la felicidad en otras cuestiones, como la generación de riqueza intelectual y social.

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