Consciente de una importante ventaja frente al rival, la
dificultad está en mantenerle el respeto y jugar con elegancia. No dejarse
arrastrar al egocentrismo y la gloria fácil, manteniendo el temple, el sitio, y dejándole también el suyo al otro se hace necesario.
Jugar y esperar la jugada sin prepotencia ni altivez, sin
evidenciar el conocimiento que nos otorga la ventaja, pero tampoco disimulando
que no se tiene. Hay que dejar mover ficha sin coaccionar, sin humillar, se le
ganará a la vez que se le dejará intacta la moral.
Controlar la partida, saber los movimientos, supone
controlar los tiempos, y es el momento preciso de demostrar sabiduría, sin
acortarlos, cayendo en una muerte súbita que no le permita prepararse, ni
alargarlos innecesariamente una agonía que vacíe de sangre sus venas y de estima
su espíritu.
El jugador que sabe pronto de su triunfo, ya tiene su
recompensa, a partir de ahí, sólo le queda ser generoso.
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