viernes, 1 de junio de 2012

Frutas de verano


Que la sociedad avance más rápido que el cambio  climático es un hecho comprensible. Pero que lo haga más rápido que sus propios agricultores es la repera.

De frutas quería yo hablar hoy precisamente, porque acercarse a una frutería, a un mercado de abastos cualquiera ofrece una lección social digna de mención. Nada como acercarse a los productos de consumo habitual para hacer un dibujo, aunque sea a carboncilla, de nuestra sociedad.
Las técnicas agrícolas mejoran continuamente, las maquinarias, los tratamientos, la selección de semillas, la formación y especialización de los hortelanos, todo es mejor que hace pocos años. Toda una serie de factores que están haciendo que cada día, podamos contar con frutas y verduras más sanas, más frescas, más nutritivas, más sabrosas, y también, todo sea dicho de mayor porte.
Todo eso que es digno de elogio y que se ha tardado años en conseguir ya no es visto como un éxito por los ciudadanos que, al llegar a la frutería buscan la lechuga más pequeña, las berenjenas, las manzanas, los melocotones medianos, etc. Los top venta en esos establecimientos son las frutas pequeñas, las fresas, las cerezas, los albaricoques, los kiwis, las peritas de San Juan,... Para colmo en esta época llegan las frutas de verano, apaga y vámonos. Justo cuando los hortelanos son capaces de sacar adelante sandias de diez kilos en su punto de maduración, rojas, dulces, aceptecibles, melones de cuatro y cinco kilos, sabrosos, atrayentes, deliciosos,  al público se le hace un mundo comprarlas.

El frutero, hábil comercial, los abre, les pone film, las parte en dos, cuatro, o los trozos que hagan falta, conscientes que las familias son cada vez de menos miembros, que cada vez pasan menos tiempo en casa, incluso que se come menos fruta.

Algo chirría desde luego cuando el vínculo huerto-domicilio se rompe, cuando lo natural, lo esperado hace poco se hace difícil de gestionar, cuando algo tan arraigado como nuestra cultura hortelana y alimenticia empieza a no tener sitio en nuestra nevera, en nuestra vida. Cuántas connotaciones tiene esa imagen del padre tajeando la sandía y todos alrededor esperando. Hoy las venden en tamaño de ración y sin pepitas. Aparte de la adaptación al mercado que ello supone, el giro social que encierra me resulta demoledor.

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