Recuerdo en estos momentos los estudios filosóficos clásicos
que enuncian que los hechos históricos suceden dos veces en el tiempo y que
la dificultad consiste en descifrar si el que vivimos es la primera
vez que ocurre, o en cambio es su segunda vez. En caso de que así fuese, de que
sea la segunda vez que ocurre un acontecimiento de especial relevancia, el hombre, como
conductor de la historia, tiene la obligación de recordar lo que ocurrió
aquella primera vez para aprender de los errores.
Hoy se expone en Isla Cristina la copa ganada por la selección
española de futbol en el mundial de Sudáfrica hace dos años. Se anuncia a bombo
y plantillo el lugar, el horario y se aclara que la visita es gratuita. Se prevén
largas colas para poder verla de cerca, para poder hacerse una fotografía a su
lado. Un resorte en alguna esquina insumisa de mi cabeza salta y asocia el
evento al hecho bíblico de la adoración al becerro de oro.
Nada en contra del deporte, nada que reprochar al gran
triunfo que esa copa simboliza, nada más que aplausos y elogios a unos chicos y
un cuerpo técnico que ha trabajado duro y se lo ha ganado a pulso, no es ese el
tema.
Me refiero a la capacidad de identificarse con la realidad,
con lo que sucede a nuestro alrededor. Es una búsqueda clara de las cuestiones,
los factores que son capaces de activarnos, de movilizarnos, de que nos
impliquemos, de que incidamos sobre nuestro entorno que es a su vez en el que
vivimos. La ley de los grandes números tiene su punto de crueldad pues cada uno
tiene sus causas y motivaciones, sin embargo, es necesario verlo en perspectiva
y en la distancia: echo en falta la movilización y la implicación de muchos en
grandes problemas que nos atosigan en estos días, y echo de más las colas para
ver la copa.
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