Servicios públicos y eficiencia, una combinación que trae de
cabeza, desde hace siglos a algunas de las más importantes cabezas pensantes de
todo el mundo. El dilema no termina de resolverse hasta que se opta por dar
importancia a lo público o a la optimización del uso de los recursos.
El dirigente político decía hace unos días, teniendo que
romper su puente festivo y sus días de descanso: “Vamos a privatizar los
servicios públicos sanitarios para conseguir su eficiencia”. Y pudo entonces
irse a descansar tranquilo. A descansar o a tomar las primeras lecciones para
desempeñar su cargo, porque el mensaje que incluye la frase se estudia en los
primeros cursos de política.
De la afirmación se desprenden, al menos dos lecturas: que
los gestores de los servicios públicos no son capaces de gestionar con
eficiencia los medios disponibles, o sea, que en el ámbito privado se hacen
mejor las cosas. Y que los servicios públicos deben regirse antes que por otros
criterios, por los de eficiencia.
En ambos casos las repercusiones son de calado. Reconocer
que desde las entidades públicas no se pueden hacer mejor las cosas de lo que
ya se hacen y que no se están haciendo con eficiencia, supone reconocer de
manera indirecta que se está desempeñando mal el cargo, tanto en el aspecto
técnico, como en el político, último responsable de conseguir mejorar la
sociedad y la comunidad para el que ha optado al puesto gracias al voto de los
ciudadanos y que ocupándolo, se está encargando de asignar el dinero que recauda.
Considerar, de otro lado que los servicios públicos deben
operar bajo criterios de eficiencia, optimización de los recursos físicos y en
cierto modo rentabilidad, por encima de criterios como los de progreso social, salud, educación, los servicios esenciales, todo ello
bajo principios de igualdad y equidad es toda una declaración de intenciones.
En definitiva, se reconoce la incompetencia en la gestión y
se expresa una manifiesta falta de consideración y respeto hacia la ciudadanía.
Difícil el papel del consejero cuando tuvo que explicarlo.
Menos mal que era festivo y medio país estaba en el campo cogiendo setas.
Se añade, además una medida, el euro por receta, absolutamente
discrecional y arbitraria. Se hace necesario recordar que, según las condiciones
singulares de cada unidad familiar, este pago puede resultar simbólico o
convertirse en un diezmo de una pobre cosecha. Ya se ha demostrado en otras
ocasiones que esta medida más que de ahorro y recaudatoria, sirve únicamente para
apaciguar ánimos en altas esferas, y permite al que la ejecuta demostrarle a su
jefe que es capaz de ejercer de verdugo.
He oído en otras partes del mundo la admiración hacia España
por el progreso que ha experimentado en los últimos treinta años. Ahora
batiremos el record, pero a la inversa. Vamos a ser capaces de desandar todo
ese camino en apenas meses.
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