miércoles, 5 de diciembre de 2012

Determinismo y frustración


Podemos equivocarnos y provocar que nuestras decisiones y acciones causen un resultado inesperado o indeseado. Si aumentamos nuestro grado de conocimiento, igualmente se aumentan las probabilidades de evitar esos ingratos efectos. En otras palabras, cuanto mayor sea la certeza de la relación causa-efecto, más posibilidades tendremos que sea verdadera.
La realidad nos sitúa en numerosas ocasiones en el polo opuesto, es decir, controlamos apenas algunas de las numerosas variables que inciden sobre nuestros actos, sobre nuestra vida, lo que hace que sintamos a menudo la sensación de estar a merced del destino por mucho que queramos hacer, por mucho que nos empeñemos. Por mucho que nos esforcemos nuestro futuro parece estar echado.
Fruto de esta plausible reflexión en la que todos podremos haber caído en incontables ocasiones son las teorías deterministas que encontramos por doquier. El más arraigado, prácticamente incuestionable, el determinismo teológico: Dios lo sabe todo y él mismo ha determinado todas las cosas según su criterio, por lo que Dios es la causa de las acciones humanas. En su grado extremo está el pensamiento calvinista que sostiene que el hombre está predestinado y carece de voluntad propia.
Las teorías deterministas parecen colarse por cualquier resquicio y aparecen en la genética, en la psicología, en la biología, en las conductas sociales y en las individuales, hasta en la economía. Poco me extrañaría que en breve algún político apelara a razones deterministas para explicar la situación actual.
El hombre renacentista que aún conservamos, el hombre moderno, el de ciencias, el tecnológico que gusta pensarnos, lucha contra su determinismo y quiere tomar las riendas de su propio destino, es ese el germen de una gran nación, es el sueño americano. Como si de un gesto rabioso se tratase, solemos renunciar a nuestro determinismo cuando peor nos va.
Llama poderosamente mi atención como esa actitud parecemos querer trasladarla a las siguientes generaciones como diciéndoles a los niños en un mensaje tácito aquello de “no caigas en el mismo error que yo”, y cargamos las historias, los cuentos, las fábulas, de mensajes antideterministas.
Algunos de los personajes más emblemáticos de cuentos son aquellos que luchan contra su propio destino: Blancanieves, Cenicienta o la reciente Mérida (Brave) que hace de su lucha contra la vida de princesa que le ha tocado vivir el eje central de la película. Aún hay quien verá en todo ello la larga mano y la profunda creencia cristiana de Walt Disney, a pesar de que el último mensaje que nos ha dejado el famoso productor con su crionización es precisamente la de negarse al destino máximo.
Enseñemos a los niños que cada día tienen que trabajar, que aprender, que ser mejores, que construir su futuro, y como si de muchos Beautiful Boys se tratasen, no dejemos de decirles, a ellos, y también a nosotros mismos, que la vida es aquello que pasa mientras estamos ocupados en hacer otros planes.

No hay comentarios: