martes, 29 de enero de 2013

Alfombras rojas



Una alfombra roja en una gala de cine no convierte a un segundón en una estrella. La alfombra roja del ahorro de unos euros no convierte a un parado desesperado en un empresario.

Algunos se han agarrado en estos días, tras la publicación de los datos de la EPA al dato positivo del aumento de autónomos en España. En realidad están dando credibilidad a un espejismo. En esas cifras se esconden los que se dan de alta de manera circunstancial para poder efectuar algunos trabajos eventuales, y también están los que se convierten en profesionales independientes o pequeños comerciantes como vía de escape a una angustiosa situación.

Las actuales cifras de población desocupada y precarización en el empleo, así como las mejores expectativas que ofrecen las actuales políticas socioeconómicas, me hacen sentir que estamos ante un estado de excepción. Porque sin duda, son cada día más los que tienen la sensación de encontrarse en una situación excepcional. En la que apenas podían haberse imaginado que se encontrarían hace apenas unos meses.

Hay que seguir manteniendo la ayuda a los parados, es incuestionable, imprescindible. Es lo que les permite subsistir, pero también es un estímulo para la formación, para la mejora personal y profesional, evita urgencias, prisas que pueden llevar a decisiones equivocadas y acabar en catástrofe. El dato a considerar, no es cuántos autónomos o micropymes se fundan en estos meses, sino cuántas se mantienen a medio plazo.

Hace un año dijimos aquí que la ministra de empleo era un convidado de piedra.Me dijeron que la afirmación era precipitada. Ahora, un año después, se crece al anunciar una medida de incentivo que no es más que una pincelada colateral y parcial que le sirve a su ministerio para ganar un par de portadas y salir del paso en estos días. Pero queda muy lejos, muy lejos de las medidas que se esperan de activación de la economía. Insisto: penoso el papel de este ministerio en lo que llevamos de legislatura.

Porque no es la economía es la política. No es que haya que modificar las actuales políticas económicas, es imprescindible darles un vuelco total. Las políticas centradas en la contención del gasto y el déficit sin medidas que contrapongan el efecto contractivo de todo el pulso del estado, son erróneas y fatales para la mayor parte de la sociedad que asiste desde el gallinero al espectáculo mediático diario del noticiero sin comprender por qué los que pueden, no hacen nada para resolver los problemas reales y diarios a los que, demasiados millones de españoles, se enfrentan cada mañana, cada tarde, cada noche.

La cacareada ley del emprendedor que figuraba en el programa electoral, aquella propuesta que se convirtió en una de las principales promesas del actual presidente, se encuentra cada vez más al fondo del cajón. Estará simpático ver dentro de veinte años las explicaciones de por qué no se atrevieron. Quizá es que antes de poner la guinda al pastel, hace falta el propio pastel. Y en esto, en España nos falta todo, porque el empresario no ha sido, ni es el agente social más popular, porque siempre se le ha tachado de egoísta y explotador. Porque ningún niño en el colegio pide ser de mayor empresario de éxito. Hay que empezar por ahí.

Son necesarios más emprendedores, la propia Comisión Europea lo considera en estos mismos términos. Sin embargo, el enfoque que presenta es llamativamente diferente a lo que se pretende en España. La Comisión acaba de presentar un plan de acción que aborda los obstáculos al emprendimiento mediante medidas ambiciosas que apoyan “a las empresas emergentes y la creación de nuevas empresas, facilitar el éxito de la transferencia de propiedad de las empresas, mejorar el acceso a la financiación y dar a los emprendedores honrados una segunda oportunidad después de una quiebra”.

El llamado Plan de Acción sobre Emprendimiento 2.020, asegura que la educación empresarial estimula la creación de nuevas empresas. (Educación empresarial, curioso término al parecer virgen de uso en determinados ámbitos institucionales españoles). Este plan de acción promovido por la comisión, “abarca seis ámbitos clave en los que es necesario actuar para crear un entorno en el que los emprendedores puedan desarrollarse y crecer y que son el acceso a la financiación, el apoyo durante las fases cruciales del ciclo de vida empresarial, liberar nuevas oportunidades de negocio de la era digital, facilitar las transferencias de la propiedad de las empresas, segundas oportunidades para los emprendedores honrados después de una quiebra, y la simplificación administrativa”.

El mal enquistado en la sociedad española es el paro juvenil. El de esos chicos a los que hemos pedido que se formen intensamente, que se conviertan en la generación mejor preparada de la historia del país y que ahora tienen que quedarse atados al hogar paterno o a fijar su residencia a miles, muchos miles de kilómetros del mismo. Nunca antes se había dado un 55% de paro juvenil, y no tenemos soluciones que darles.

El fomento de la cultura emprendedora como política activa de empleo tal como la están aplicando ahora en España es un parche. No puede ser que a un chico de 28, de 30 años, se le despierte el resorte del empresariado tras pasar largos años de educación primaria, segundaria y universitaria en la que no ha oído hablar de eso, en la que el modelo de éxito era otro. A este chico, lo máximo que se le puede pedir es que tenga en cuenta que el autoempleo la contemple como opción de salida, pero no podemos pedirle que sea su vocación.

Hacen falta más emprendedores en España, por supuesto, estamos a la cola de muchas sociedades en este aspecto. Lo que no puede pretenderse es que ahora los emprendedores salgan, de repente, de debajo de las piedras, se multipliquen por arte de magia y se propaguen como esporas por todo el territorio. Convertirse en empresario es una vía que un alto porcentaje de la población española tenía como última opción en su vida cuando no desechada. No, no se convierte la gente en empresario por una nimia rebaja temporal en las cotizaciones en la seguridad social.

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