De un vistazo necesitábamos saber del buen o mal pelaje del que se ponía enfrente, hace muchos años, de ello podía depender nuestra vida.
En circunstancias normales, eso ya no ocurre, pero algo ha quedado en los genes, y seguimos fabricándonos una primera impresión en décimas de segundo. Nuestro cerebro no necesita más, y nuestra mirada selectiva, tampoco. Un primer vistazo, una primera impresión, un primer juicio de valor, así somos.
Sabemos que nos equivocaremos en la mayor parte de los casos, y más tarde descubrimos maravillosas personas tras ese elefante patoso, o seres malignos que se nos presentan con pieles de cordero, pero por algo hay que empezar, y la primera impresión es fruto de nuestra experiencia y nuestra intuición.
Ambas son nuestras guías más fiables en la peor de las tempestades, ambas acaban formando una película protectora que nos cubre de infortunios. Cuando más agarrados estemos a ellas, recordemos la maravillosa ingenuidad de un niño y su asombrosa generosidad y curiosidad ante lo desconocido.
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