viernes, 1 de marzo de 2013

Elegir carrera, elegir una vida


Parece que tengo que borrar de mi agenda aquello de ser ministro de educación y/o cultura, y es que mi opinión no puede ser más distante del discurso que tiene este ministerio,  y lo siento, pero no es cuestión de dialogar y acercar posturas, lo tengo meridianamente claro.
Juan Ignacio Wert solicita a los jóvenes que, a la hora de elegir carrera universitaria, valoren las salidas profesionales de las mismas, la empleabilidad. Les aconseja en definitiva que sean prácticos y escuchen al mercado laboral antes de poner sus preferencias en las matrículas universitarias.
Y yo, en las últimas veces que me han consultado sobre el tema, he dicho justo lo contrario. He opinado en el sentido de que es fundamental considerar la vocación, el interés por aquello a lo que se va a dedicar unos valiosos años de la vida, y, muy probablemente el resto de la vida profesional. Creo que, en cualquiera de los casos, el mercado laboral resulta tan duro para todos, que es imprescindible optar por materias, por contenidos que entusiasmen, que apasionen y que ofrezcan respuestas a las inquietudes y anhelos más íntimos de esos aspirantes a tomar las riendas del mundo.
Puede ser cierto que en el punto medio se encuentre la virtud, y creo que la mayor parte de los jóvenes integran en su decisión aspectos vocacionales y aspectos prácticos. Resulta una decisión extraordinariamente compleja y es por ello que deben incorporarse numerosos criterios.
Sin embargo, renunciar, como aconseja Wert al apartado de interés, de inquietud, de espíritu personal, estrangular la voluntad de dedicarse a aquello que verdaderamente realice a la persona y poner, por encima de todo el criterio, el hecho de que la carrera lo que proporciona es un medio para conseguir recursos económicos es tremendamente equivocado. Pocas cosas hay más frustrantes que no encontrarle sentido personal a algo a lo que vas a dedicar miles de horas en tu vida y que marcará tu sitio en el mundo.
El mercado laboral es tan exigente como cruel, tan duro como excluyente, y en cualquiera de las profesiones la competencia es feroz. Es cierto que hay carreras que ofrecen un futuro netamente más prometedor desde el punto de vista económico y de reconocimiento social, pero nos olvidamos que al fin y al cabo, cada universitario no es más que una diminuta pieza de un gran modelo que construimos entre todos y lo verdaderamente relevante es el tipo de país, de sociedad que deseamos construir. Estamos en un país que en la actualidad maltrata a sus científicos, que arrincona a los intelectuales y que minusvalora a algunas de las profesiones hoy por hoy más valiosas, más imprescindibles.
La precariedad de los becarios científicos, la fuga de cerebros es una realidad demasiado evidente como para meterla debajo de una alfombra. Lo realmente trascendental es el tipo de futuro que ofrecemos a nuestros jóvenes universitarios. No podemos enorgullecernos de ser la cantera inagotable de científicos de Norteamérica, de ingenieros de Centroeuropa y oriente medio, ni los médicos más brillantes de Reino Unido o América del Sur. Después nos quejamos de la escasa innovación.
Cierto que la carrera universitaria debe servirnos para ganarnos la vida, pero si lo reducimos a eso, estaremos atrofiando la parte más valiosa de nuestro futuro.

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