Parece que tengo que borrar de mi agenda aquello de ser
ministro de educación y/o cultura, y es que mi opinión no puede ser más
distante del discurso que tiene este ministerio, y lo siento, pero no es cuestión de dialogar
y acercar posturas, lo tengo meridianamente claro.
Juan Ignacio Wert solicita a los jóvenes que, a la hora de
elegir carrera universitaria, valoren las salidas profesionales de las mismas,
la empleabilidad. Les aconseja en definitiva que sean prácticos y escuchen al
mercado laboral antes de poner sus preferencias en las matrículas
universitarias.
Y yo, en las últimas veces que me han consultado sobre el
tema, he dicho justo lo contrario. He opinado en el sentido de que es
fundamental considerar la vocación, el interés por aquello a lo que se va a
dedicar unos valiosos años de la vida, y, muy probablemente el resto de la vida
profesional. Creo que, en cualquiera de los casos, el mercado laboral resulta
tan duro para todos, que es imprescindible optar por materias, por contenidos
que entusiasmen, que apasionen y que ofrezcan respuestas a las inquietudes y
anhelos más íntimos de esos aspirantes a tomar las riendas del mundo.
Puede ser cierto que en el punto medio se encuentre la
virtud, y creo que la mayor parte de los jóvenes integran en su decisión
aspectos vocacionales y aspectos prácticos. Resulta una decisión
extraordinariamente compleja y es por ello que deben incorporarse numerosos
criterios.
Sin embargo, renunciar, como aconseja Wert al apartado de
interés, de inquietud, de espíritu personal, estrangular la voluntad de
dedicarse a aquello que verdaderamente realice a la persona y poner, por encima
de todo el criterio, el hecho de que la carrera lo que proporciona es un medio
para conseguir recursos económicos es tremendamente equivocado. Pocas cosas hay
más frustrantes que no encontrarle sentido personal a algo a lo que vas a dedicar
miles de horas en tu vida y que marcará tu sitio en el mundo.
El mercado laboral es tan exigente como cruel, tan duro como
excluyente, y en cualquiera de las profesiones la competencia es feroz. Es
cierto que hay carreras que ofrecen un futuro netamente más prometedor desde el
punto de vista económico y de reconocimiento social, pero nos olvidamos que al
fin y al cabo, cada universitario no es más que una diminuta pieza de un gran
modelo que construimos entre todos y lo verdaderamente relevante es el tipo de
país, de sociedad que deseamos construir. Estamos en un país que en la
actualidad maltrata a sus científicos, que arrincona a los intelectuales y que
minusvalora a algunas de las profesiones hoy por hoy más valiosas, más
imprescindibles.
La precariedad de los becarios científicos, la fuga de
cerebros es una realidad demasiado evidente como para meterla debajo de una
alfombra. Lo realmente trascendental es el tipo de futuro que ofrecemos a
nuestros jóvenes universitarios. No podemos enorgullecernos de ser la cantera inagotable
de científicos de Norteamérica, de ingenieros de Centroeuropa y oriente medio,
ni los médicos más brillantes de Reino Unido o América del Sur. Después nos
quejamos de la escasa innovación.
Cierto que la carrera universitaria debe servirnos para
ganarnos la vida, pero si lo reducimos a eso, estaremos atrofiando la parte más
valiosa de nuestro futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario