Cortázar puede ser mi más fetiche escritor. Por su capacidad
de condensar vidas en unas líneas, de
atrapar sensaciones vitales en retazos de papel. Hasta que no la leí, no supe
que era Rayuela la historia que siempre me había tenido atrapado.
Cortázar es la palabra que más se me parece a revolución, y
no por su persona en sí, que también, sino porque su literatura es revolucionaria,
no porque en ella hable de la revolución, sino porque escribe desde la
revolución.
Demasiados quieren ver en la figura del escritor aspectos
únicos, y es cierto que su vida, al igual que su obra estuvo cargada de hechos
singulares, incluso su propia muerte que provocó una invasión de mariposas en
su ciudad natal que aún la ciencia no ha conseguido explicar. Mariposas, ese
frágil bichito cuyo batir de alas, si se dan las circunstancias físicas
adecuadas, es capaz de provocar un maremoto al otro lado del mundo. Así
precisamente fue la muerte de Cortázar. Pero no, fue sólo un hombre, eso sí,
dominado por la pasión, materializada en la revolución y el amor.
A estas alturas aún sigo ciego, deslumbrado por el Cortázar
del amor. Como homenaje por el cincuentenario de la publicación de Rayuela,
nada mejor que leerlo:
Qué vanidad imaginar
que puedo darte todo, el amor y la dicha,
itinerarios, música, juguetes.
Es cierto que es así:
todo lo mío te lo doy, es cierto,
pero todo lo mío no te basta
como a mí no me basta que me des
todo lo tuyo.
Por eso no seremos nunca
la pareja perfecta, la tarjeta postal,
si no somos capaces de aceptar
que sólo en la aritmética
el dos nace del uno más el uno.
Por ahí un papelito
que solamente dice:
siempre fuiste mi espejo,
quiero decir que para verme tenía que mirarte.
que puedo darte todo, el amor y la dicha,
itinerarios, música, juguetes.
Es cierto que es así:
todo lo mío te lo doy, es cierto,
pero todo lo mío no te basta
como a mí no me basta que me des
todo lo tuyo.
Por eso no seremos nunca
la pareja perfecta, la tarjeta postal,
si no somos capaces de aceptar
que sólo en la aritmética
el dos nace del uno más el uno.
Por ahí un papelito
que solamente dice:
siempre fuiste mi espejo,
quiero decir que para verme tenía que mirarte.
Y escucharlo:
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