viernes, 15 de marzo de 2013

Rayuela, cincuentenario


Cortázar puede ser mi más fetiche escritor. Por su capacidad de condensar vidas en unas líneas,  de atrapar sensaciones vitales en retazos de papel. Hasta que no la leí, no supe que era Rayuela la historia que siempre me había tenido atrapado.
Cortázar es la palabra que más se me parece a revolución, y no por su persona en sí, que también, sino porque su literatura es revolucionaria, no porque en ella hable de la revolución, sino porque escribe desde la revolución.
Demasiados quieren ver en la figura del escritor aspectos únicos, y es cierto que su vida, al igual que su obra estuvo cargada de hechos singulares, incluso su propia muerte que provocó una invasión de mariposas en su ciudad natal que aún la ciencia no ha conseguido explicar. Mariposas, ese frágil bichito cuyo batir de alas, si se dan las circunstancias físicas adecuadas, es capaz de provocar un maremoto al otro lado del mundo. Así precisamente fue la muerte de Cortázar. Pero no, fue sólo un hombre, eso sí, dominado por la pasión, materializada en la revolución y el amor.
A estas alturas aún sigo ciego, deslumbrado por el Cortázar del amor. Como homenaje por el cincuentenario de la publicación de Rayuela, nada mejor que leerlo:

Qué vanidad imaginar
que puedo darte todo, el amor y la dicha,
itinerarios, música, juguetes.
Es cierto que es así:
todo lo mío te lo doy, es cierto,
pero todo lo mío no te basta
como a mí no me basta que me des
todo lo tuyo.

Por eso no seremos nunca
la pareja perfecta, la tarjeta postal,
si no somos capaces de aceptar
que sólo en la aritmética
el dos nace del uno más el uno.

Por ahí un papelito
que solamente dice:
siempre fuiste mi espejo,
quiero decir que para verme tenía que mirarte.


Y escucharlo:
 

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