domingo, 28 de abril de 2013

Grisedumbre


En ella parecemos vivir demasiados, en verdad, todos aquellos que llevamos una existencia rutinaria, monótona, plana emocionalmente, hasta predecible. Lo que ocurre es que somos tantos, que hasta lo consideramos normal y vemos como raro al que dice ser feliz, al que se muestra pletórico y vital.

En situación de grisedumbre, resulta fatal detenerse un rato a mediodía, o tal vez al final de la jornada para reflexionar sobre el sentido y objetivo de lo que hacemos, de lo que nos ha aportado el esfuerzo del día, o peor aún, de lo que hemos incorporado a otros.

Nos dejamos llevar por la inercia, pasan los días, las semanas, hasta los años sumidos en un estado seminarcótico, casi hipnótico en el que la rutina nos absorbe y solo algún flash cegador nos hace reparar en ello cuando alguien pregunta la fecha en la que estamos, o peor aún, nos pregunta nuestra edad. Menos mal que el flash se disuelve tan rápido como llegó.

Lo que le ocurre a la mayoría es que, más tarde que pronto, y solo cuando el malestar interior, la pesadumbre se hacen insoportables es cuando se animan a buscar un cambio de manera activa. Cambio que viene precedido de una toma de conciencia de la ubicación en el espacio tiempo. En todos esos casos, las personas entienden que el insoportable vacío en el que nadaban no era el provocado por dónde estaban y lo que tenían sino por lo que eran. Es decir, el vacío nunca es en relación al mundo exterior sino al interior.

Cuando entendemos eso es cuando podemos asumir nuestra propia responsabilidad. Somos los únicos responsables, por muchas excusas deterministas que pesen, de ser lo que somos, de haber llegado hasta aquí por el camino elegido y de nuestra posición en el mundo. Igualmente seremos también los responsables de la senda que tomemos. Decía Dostoievski que “el secreto de la existencia no consiste solamente en vivir sino en saber para qué se vive”.

Primero hay que ser consciente de que se está vivo para, a continuación, autoimponernos la obligación de vivir cada día de los que estemos vivos, que no es ninguna redundancia (Jonathan Switft). Ya solo nos restará escuchar nuestra voz interior, y si somos valientes, hacerle caso. “Emprender la senda que nos propone nuestra “voz interior” es una invitación a la épica personal, una oportunidad para entrenar los músculos de la confianza y la valentía. En definitiva saber hacia dónde vamos consiste en descubrir nuestro propósito vital” Borja Vilaseca.

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