En ella parecemos vivir demasiados, en verdad, todos
aquellos que llevamos una existencia rutinaria, monótona, plana emocionalmente,
hasta predecible. Lo que ocurre es que somos tantos, que hasta lo consideramos normal
y vemos como raro al que dice ser feliz, al que se muestra pletórico y vital.
En situación de grisedumbre, resulta fatal detenerse un rato
a mediodía, o tal vez al final de la jornada para reflexionar sobre el sentido
y objetivo de lo que hacemos, de lo que nos ha aportado el esfuerzo del día, o
peor aún, de lo que hemos incorporado a otros.
Nos dejamos llevar por la inercia, pasan los días, las
semanas, hasta los años sumidos en un estado seminarcótico, casi hipnótico en
el que la rutina nos absorbe y solo algún flash cegador nos hace reparar en
ello cuando alguien pregunta la fecha en la que estamos, o peor aún, nos
pregunta nuestra edad. Menos mal que el flash se disuelve tan rápido como
llegó.
Lo que le ocurre a la mayoría es que, más tarde que pronto, y
solo cuando el malestar interior, la pesadumbre se hacen insoportables es
cuando se animan a buscar un cambio de manera activa. Cambio que viene
precedido de una toma de conciencia de la ubicación en el espacio tiempo. En
todos esos casos, las personas entienden que el insoportable vacío en el que
nadaban no era el provocado por dónde estaban y lo que tenían sino por lo que
eran. Es decir, el vacío nunca es en relación al mundo exterior sino al
interior.
Cuando entendemos eso es cuando podemos asumir nuestra
propia responsabilidad. Somos los únicos responsables, por muchas excusas
deterministas que pesen, de ser lo que somos, de haber llegado hasta aquí por
el camino elegido y de nuestra posición en el mundo. Igualmente seremos también
los responsables de la senda que tomemos. Decía Dostoievski que “el secreto de
la existencia no consiste solamente en vivir sino en saber para qué se vive”.
Primero hay que ser consciente de que se está vivo para, a
continuación, autoimponernos la obligación de vivir cada día de los que estemos
vivos, que no es ninguna redundancia (Jonathan Switft). Ya solo nos restará
escuchar nuestra voz interior, y si somos valientes, hacerle caso. “Emprender
la senda que nos propone nuestra “voz interior” es una invitación a la épica
personal, una oportunidad para entrenar los músculos de la confianza y la
valentía. En definitiva saber hacia dónde vamos consiste en descubrir nuestro
propósito vital” Borja Vilaseca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario