Convivir ciertos ratos con maestros de verdad es una
auténtica gozada. Aprender de manera rápida, clara y alegre lo que de otro modo
te llevaría intensas jornadas de estudio, innumerables pruebas de ensayo y
error, eternas noches de flexo, insufribles penalidades, esfuerzos y sudores,
no tiene precio.
Por eso ir a la maestranza y estar en medio de esa
imperfecta e irrepetible circunferencia que es el coso del arenal es una
experiencia única. No existe otro lugar en el mundo donde en tan pocos metros
se concentren 15.000 afamados maestros.
Bien es cierto que el aforo maestrante está cifrado, siempre
aproximadamente, en 13.000 plazas, pero no debemos olvidar a los importantes
allegados, primos, amigos encontrados, sobrinos de, parientes de, aférrimos de,
ayudantes, compadres, figurantes, gente de categoría, que en una buena tarde
suelen agolparse en el callejón, las bocanas o las puertas.
Ningún mensaje es tan intrincado, rico y complejo de
resolver que aquel que lanza el pendón con el ritmo de su ondear. Basta una
esquiva y fugaz mirada de reojo hacia el paño blanco y rojo para intuir e interiorizar
lo que el destino tiene preparado. Paparruchas eso de hacer el programa añicos
en el burladero del 3, gilipollez la desfasada teatralidad de lanzar la
montera. La suerte está echada, sólo se requiere un entrenadísimo olfato.
Realmente es un gustazo compartir un rato con ese
innumerable grupo de prestigiosos ganaderos, profesionalisimos veterinarios,
expertos matadores de toros, sabios picadores, acertados mozos de espadas,
abigarrados banderilleros, curtidos monosabios, experimentados presidentes,
encallados areneros, aguerridos caballistas, afinados directores de orquesta,
enjutos puntilleros que saben con absoluta precisión sí el estoque está en su
sitio, si la altura de la mano es la adecuada, si sobra riego al albero, si la
cámara de tv esta en buena posición, si el estribo esta alto, si la mulilla o
el cabestro han bebido por la mañana, si el pañuelo del presidente está bien
planchado, si la briega es la justa o sí la alegoría del traje del torero es
referida a la Virgen de la Estrella, la del Rocio, o de la Trianera.
Saben perfectamente si la muñeca del toro ha sufrido en el
transporte, si el torero ha dormido bien o si el pulgar del picador está
plenamente recuperado de la lesión. Conocen donde hacer la lidia, donde tiene
que pisar el caballo y la distancia a la que debe citar el torero en la tercera
tanda. Saben con precisión cuando tiene que arrancar la banda, si la muerte
contraria es la adecuada e incluso definen con asombrosa nitidez la distancia
que tienen que recorrer las mulillas en el arrastre.
Son los que concretan de forma milimétrica el borde entre el
saludo desde el tercio y la vuelta al ruedo, los que cuentan con aristotélica
precisión los pañuelos y el tiempo que se necesita para la segunda oreja, los
que, llegado el remoto caso, saben cuando un toro debe tener el honor de volver
a salir por toriles.
Para aquellos mortales que tienen que someterse a la
humillación de acudir al ventanillo, al principio puede resultar
desproporcionado el precio de la entrada, sin embargo basta entrar rondar el
coso maestrante, por ejemplo por la calle Adriano para comprobar que es muy
soez confundir valor y precio, porque por muy mala que sea la corrida, tener la
oportunidad de juntarse con esta élite te sitúa más cerca del cielo, el taurino,
claro.
2 comentarios:
Brillante. Sencilla y rotundamente brillante. Y encima has escogido la foto de un Victorino...
Gracias!,
No podía ser menos, los Victorino tienen una estampa y un andar únicos. Una satisfacción que lo hayas reconocido.
Publicar un comentario