sábado, 20 de abril de 2013

Maestros Maestrantes


Convivir ciertos ratos con maestros de verdad es una auténtica gozada. Aprender de manera rápida, clara y alegre lo que de otro modo te llevaría intensas jornadas de estudio, innumerables pruebas de ensayo y error, eternas noches de flexo, insufribles penalidades, esfuerzos y sudores, no tiene precio.

Por eso ir a la maestranza y estar en medio de esa imperfecta e irrepetible circunferencia que es el coso del arenal es una experiencia única. No existe otro lugar en el mundo donde en tan pocos metros se concentren 15.000 afamados maestros.

Bien es cierto que el aforo maestrante está cifrado, siempre aproximadamente, en 13.000 plazas, pero no debemos olvidar a los importantes allegados, primos, amigos encontrados, sobrinos de, parientes de, aférrimos de, ayudantes, compadres, figurantes, gente de categoría, que en una buena tarde suelen agolparse en el callejón, las bocanas o las puertas.

Ningún mensaje es tan intrincado, rico y complejo de resolver que aquel que lanza el pendón con el ritmo de su ondear. Basta una esquiva y fugaz mirada de reojo hacia el paño blanco y rojo para intuir e interiorizar lo que el destino tiene preparado. Paparruchas eso de hacer el programa añicos en el burladero del 3, gilipollez la desfasada teatralidad de lanzar la montera. La suerte está echada, sólo se requiere un entrenadísimo olfato.

Realmente es un gustazo compartir un rato con ese innumerable grupo de prestigiosos ganaderos, profesionalisimos veterinarios, expertos matadores de toros, sabios picadores, acertados mozos de espadas, abigarrados banderilleros, curtidos monosabios, experimentados presidentes, encallados areneros, aguerridos caballistas, afinados directores de orquesta, enjutos puntilleros que saben con absoluta precisión sí el estoque está en su sitio, si la altura de la mano es la adecuada, si sobra riego al albero, si la cámara de tv esta en buena posición, si el estribo esta alto, si la mulilla o el cabestro han bebido por la mañana, si el pañuelo del presidente está bien planchado, si la briega es la justa o sí la alegoría del traje del torero es referida a la Virgen de la Estrella, la del Rocio, o de la Trianera.

Saben perfectamente si la muñeca del toro ha sufrido en el transporte, si el torero ha dormido bien o si el pulgar del picador está plenamente recuperado de la lesión. Conocen donde hacer la lidia, donde tiene que pisar el caballo y la distancia a la que debe citar el torero en la tercera tanda. Saben con precisión cuando tiene que arrancar la banda, si la muerte contraria es la adecuada e incluso definen con asombrosa nitidez la distancia que tienen que recorrer las mulillas en el arrastre.

Son los que concretan de forma milimétrica el borde entre el saludo desde el tercio y la vuelta al ruedo, los que cuentan con aristotélica precisión los pañuelos y el tiempo que se necesita para la segunda oreja, los que, llegado el remoto caso, saben cuando un toro debe tener el honor de volver a salir por toriles.

Para aquellos mortales que tienen que someterse a la humillación de acudir al ventanillo, al principio puede resultar desproporcionado el precio de la entrada, sin embargo basta entrar rondar el coso maestrante, por ejemplo por la calle Adriano para comprobar que es muy soez confundir valor y precio, porque por muy mala que sea la corrida, tener la oportunidad de juntarse con esta élite te sitúa más cerca del cielo, el taurino, claro.

2 comentarios:

Jose A. Sencianes Ortega dijo...

Brillante. Sencilla y rotundamente brillante. Y encima has escogido la foto de un Victorino...

Antonio Aguilera N dijo...

Gracias!,

No podía ser menos, los Victorino tienen una estampa y un andar únicos. Una satisfacción que lo hayas reconocido.