lunes, 15 de abril de 2013

Ministerio y Trabajo, Ambos Dignos


Puedes elegir y buscar diversos tipos de vida. En otras ocasiones la eligen por ti, y te llaman para que seas el que afronte un encargo. Como quiera que sea, hay vidas y cometidos para todos los gustos. Puedes ser legionario en Melilla, mercenario en Damasco, costalero en Sevilla, triunfador de la feria, taxista en Nueva York, confesor de la reina, tabernero en Dublín, flautista de Hamelín, billarista a tres bandas, dueño de un cabaret, cronista de sucesos, puedes ser hasta fotógrafo en Play Boy.

Cualquiera de esas vidas y tantas otras tienen su atractivo y desde luego, su dificultad. Que te llamen, que estés entre los candidatos para ser ministro debe no ser una lotería sino ser la meta de todo un amplio, extenso y duro recorrido en una materia. Supone ser el responsable último de alguna faceta fundamental de la vida de otros muchos. Tras largos y duros años de esfuerzo, recibir una llamada en la que te ofrezcan ser ministro, de trabajo, por ejemplo, debe colapsar el cuerpo de adrenalina.

La cuestión es que, a partir de ahí, si dices que si a la propuesta porque te sientes capacitado para la tarea y aceptas el reto, tienes que hacerlo bien. No todo lo bien que se pueda, no hacer todo lo posible, ni siquiera cabe intentarlo con todas las fuerzas, hay que hacerlo bien. Porque en realidad, sólo hay dos maneras de hacer las cosas: bien y mal. Y si no se hace bien, las decisiones estarán perjudicando a mucha gente.

La ministra Báñez lo está haciendo mal. Y son admisibles todas las circunstancias negativas en las que está teniendo que afrontar su mandato, las restricciones con las que se está encontrando, hasta cabe admitir que se encuentra en el centro de una tormenta perfecta. ¿y qué? Eso no exculpa ni justifica su pésimo papel, y que esté dejando que su ministerio sea el convidado de piedra de otras decisiones.

Debe recordar que la fuerza de un ministerio y su importancia no puede depender de la garra política de su máximo responsable sino de la incidencia vital que tiene su tarea en la vida de los ciudadanos que representa.

Hacer bagaje de su actuación hasta ahora resultaría penoso y sonaría a sorna. Poner encima de la mesa las cifras de paro, la pérdida de derechos sociales, la pauperización de un modelo que ha llevado a los trabajadores de este país a sentirse afortunados los que trabajan, para que además, si lo consiguen ser de los que menos cobran, de los que más presión fiscal tienen y los que menos servicios públicos globales tienen de toda la Unión Europea suena a trama de Valle Inclán. Un cirio que dirían en mi pueblo.

Lo que ocurre es que este cirio ahora lo aguanta Fátima Báñez y tiene la obligación de hacer mucho más de lo que está haciendo: en incentivos directos para la creación de empleo, en políticas activas, en esfuerzo conjunto con las comunidades autónomas, en construir un sistema de distribución de riquezas equitativo, justo y progresivo.

Las medidas que prepara el gobierno para los próximos días y que es probable que entren en vigor a finales del mes de abril, machacarán aún más a los trabajadores, a los que queden y sean capaces de aguantar. Europa presiona para que la jubilación pase a ser a los 67 con efectos inmediatos, los salarios reales se van a seguir depreciando, los índices apuntan a que se seguirá destruyendo empleo durante un año más.

El ministerio de trabajo no puede de ninguna manera permitir que todo se supedite a la cacareada productividad y al control del déficit. De todo limón se puede sacar hasta la última gota, pero después solo resta tirarlo a la basura.

Tiro de los derechos universales y del artículo 35 de la Constitución para recordar que el trabajo digno hay que hacerlo extensivo al concepto del ministerio que se ocupa del mismo, y sus titulares están consiguiendo que el ministerio de Trabajo en estos momentos no tenga siquiera un papel digno, mientras tanto, 22.926.500 personas lo sufren.

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