Fin de curso, apretura de la caló, hora de planificar
vacaciones. En realidad, de concretar nuestras escapadas veraniegas si es que
aún no lo hemos hecho, ya el tiempo juega en nuestra contra y debemos elegir
definitivamente destino y cerrar esa reserva, ese acuerdo de alquiler. La mayor
parte de los españoles están en esta tesitura en estos momentos.
Los propietarios de destinos turísticos van algo por delante
lanzaron hace semanas sus ofertas. Los mejores emplazamientos, los mejores
precios ya no existen, alguien ya se los llevó, así que toca rebuscar para
acercarnos a ese lugar BBB de disfrute durante unos días.
Un portal de internet acaba de publicar precios de
alquileres en la costa. Isla Cristina vuelve a destacar. En esta ocasión porque
es el lugar del litoral español donde más ha subido el precio del alquiler en el último año, un 16,3%. Cierto es que en otros lugares como Rota (7,8%),
Chiclana de la Frontera (7%) o Benalmádena (1,6%) también han aumentado sus
precios. Pero otros como Cádiz ha descendido un 9% sus precios y Sanlúcar de
Barrameda un 8,5%. En la mayoría de destinos, el precio ha bajado, el resultado
medio en Andalucía es que el alquiler de viviendas ha descendido en el último
año un 3,7% y ha registrado un precio medio de 6,50 €/m2. En Isla
Cristina el precio se sitúa en 9,49 €/m2, siendo la
localidad con los precios más caros de Andalucía.
Bien es cierto que los datos han sido obtenidos por una
empresa privada y sólo los avalan datos la rigurosidad de sus profesionales,
los 1.260.047 inmuebles registrados y los más de 12 millones de visitas. No es
un dato riguroso podría decir algún estadista, a mí, me resulta muy revelador.
Puede ser que el resto del mundo haya terminado de descubrir
este bello rincón de la costa del sol, al suroeste de la península y que se
valore más que nada, puede ser que las leyes de la oferta y la demanda, la
transparencia del mercado y la libertad de precios hayan triunfado. Puede que
todos esos ingredientes y el buen hacer de propietarios, gestores y promotores hayan
contribuido, pero hay otros factores como la disminución del número de
viviendas en alquiler, la legalización de los contratos, o incluso las propias
apreturas de los propietarios que han visto disminuir en los últimos tiempos
otras fuentes de ingresos completen la explicación. Si preguntamos en la calle,
la versión es radicalmente distinta y todos los propietarios se quejan de los
regateos y de que, a estas alturas de junio, aún quedan muchos pisos
disponibles para alquiler.
Veremos si esta subida de precios en Isla Cristina es una
cuestión coyuntural o si el consistorio isleño puede empezar a frotarse las
manos. Si se mantienen la demanda y los precios, tendrán la vía perfecta para
poner en marcha una revisión del PGOU. Aunque el último intento se quedó en la
estacada, detenido por los tribunales hace poco, la expansión urbanística del
municipio, una vez retocada y maquillada adecuadamente, podría ser de nuevo
impulsada. Nada le vendría mejor a las deterioradas arcas municipales.
La reforma de la ley de costas ofrece un colchón envidiable,
al haber amnistiado el municipio, los arquitectos, aparejadores, proyectistas y
demás gente lista que mete el dedo en los mapas, tienen campo libre: para
acorralar la marisma, para enclaustrar a los pinos, para tapiar los yacimientos
arqueológicos, para ahogar en definitiva en su propio ladrillo el encanto
isleño, ese que precisamente ahora parece ser valorado.
Hay otra regla en economía que se denomina la gestión de la
oferta. Consiste en tener un producto que se vuelva codiciado por su escasez,
que el precio deje de ser relevante por su exclusividad. Las perlas negras, los
vestidos exclusivos de modistos, las joyas personalizadas son buenos ejemplos.
La gestión de la oferta pone en valor el margen en vez del volumen. Escasas
entidades son capaces de poner este tipo de estrategia en marcha.
De otro lado, justo ahora, hay en marcha en Andalucía una
Iniciativa Legislativa Popular que pretender poner un poco de sensatez y
sentido común en el desenfrenado urbanismo del litoral y que intenta, por la
única vía legal posible que tienen los ciudadanos, evitar que acabemos
asfixiados por nuestra propia codicia.
Los últimos años no han parado de crecer ejemplos que
demuestran que el crecimiento por si mismo es un error. Demasiados propietarios
de viviendas andan colgados con sus hipotecas, los gestores de los hoteles no
saben hacia dónde tirar, los bares acaban llenándose tres o cuatro noches sólo
en el mes de agosto, los contratados para la campaña de verano cada vez tienen
peores condiciones. Como el globo del niño, en cuanto dejas de soplar, se
desinfla.
Tenemos potestad para elegir, para decidir cómo queremos que
sea el entorno en el que vivimos. Esa fantástica opción exige a la vez
responsabilidad. Responsabilidad actual y futura. Urbanismo de sol y playa en
la costa es hipotecar el futuro. Apostar por ese modelo tiene escasa o casi
nula irreversibilidad y por el camino nos estaremos dejando el patrimonio y los
recursos naturales y etnográficos que son hoy valorados por los habitantes
permanentes y temporales de la costa. Isla Cristina y otros muchos lugares
costeros no se entenderían sin sus dunas, sin su pinar, sin sus rasgos singulares
de pueblo, sin su puerto pesquero al que todos los días llegan los barcos con
pescado fresco, sin sus calles tranquilas, sin el silbido de cigüeñas y
vencejos, sin el olor a sal que todo lo invade.
Evitemos espejismos. El cordero de oro del alquiler de
viviendas en verano no es la solución para ningún pueblo de la costa española y
andaluza. Lo que realmente lo hace valioso es que cuando pronuncies su nombre,
te corra por las venas las sensaciones de las experiencias allí vividas. En
pocas de ellas estará el olor a ladrillo.
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