La misma semana en que se les llena la boca, diciendo que la
aprobación de la ley de transparencia va a ser el hito más importante de la
legislatura, se niegan a dar las actas de las comisiones en las que se
aprobaron las dietas adicionales para el presidente del parlamento de Andalucía
y los portavoces adjuntos de los grupos parlamentarios.
Lo llaman transparencia y no lo es. No es una cuestión de
violar secretos que pongan en riesgo la seguridad del estado, no es por
inmiscuirse cual cotilla en asuntos ajenos, es que son los nuestros. Es una
cuestión de estilo, de formas, de fondo, de honestidad para con aquellos a los
que se les debe servicio y trabajo, porque para eso se les ha designado.
No hacer públicas esas actas es una evidencia más de la
desconexión de unos representantes que viven aislados y que gestionan una
sociedad a la que cada vez conocen menos. Que no exista la suficiente confianza
como para que sean públicas sin necesidad de ser requeridas, evidencia el
desapego de unos representantes que parecen no ser merecedores del puesto que
ocupan.
La desconfianza solo cabe que suba como la espuma, pues, si
se ha sabido lo de las dietas a destiempo y al parecer por un desliz de
alguien, cuántas otras cosas habrá en las actas. ¿Y en lo que no se escribe? El
recelo extiende sus raíces.
No es de recibo, en un momento en que Andalucía cuenta con
los mayores índices de desempleo de Europa, cuando la reversión de servicios
públicos es un hecho, cuando todos podemos palmar muy cerca lo que es el umbral
de la pobreza, no es de recibo, insisto, estas cuestiones, porque la sensación
es que no se lo toman en serio, que no son capaces, o que son unos abusadores.
O a lo peor una mezcla de todo.
Hace unos días me decían que mientras la gente siguiese
saliendo a tomar cervecitas y el ambiente en las terrazas fuese distendido, no
había problema. A lo mejor es que no se ha parado a escuchar los temas de
conversación en esas terrazas y el grado de hartazgo del ciudadano medio.
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