La última comunicación del FMI me parece de vital, de enorme
trascendencia. El reconocimiento de que no se ha acertado con las medidas
aplicadas para vencer la crisis griega es un gesto muy importante, quizá
histórico.
Más allá del debate sobre si la clave ha estado en el ritmo,
en la intensidad o en el escalonamiento de las “recetas” aplicadas, las grandes
instituciones económicas reconocen que no se encuentran en posesión de la
verdad. Después de un período superior a tres años, la
realidad ha constatado que
no se acertó en las fórmulas, probablemente porque el análisis y el diagnóstico
tampoco fueron los adecuados.
No es hora de reproches y acusaciones, no es momento ni
viene al caso recordar aquello de que algunos ya lo decían desde hace tiempo.
No es una cuestión de teorías vencidas o vencedoras porque lo importante siguen
siendo los destinatarios de esas políticas económicas, miles, millones de ciudadanos
que sufren la austeridad en su día a día a base de restricciones de empleo,
crédito y servicios públicos, calidad de vida en definitiva.
Creo que el comunicado del FMI a quien le otorga el triunfo
es la economía. La economía se despliega como la ciencia social que es y arrolla
cualquier hipótesis científica y teoría histórica que esté escrita por una
sencilla razón, el mundo, la sociedad, los dirigentes, las personas que tienen
que aplicar esas teorías son muy distintas de las que lo hicieron hace unos
pocos años, se hace de manera diferente, se actúa de manera distinta y por
tanto los resultados también son distintos.
El error que reconoce y asume el FMI en realidad es la
constatación de que las recetas de austeridad de las políticas neoliberales que
dominan Europa recaen sobre unos ciudadanos que han superado los patrones de
conducta del siglo XX. El grado de conocimiento, de conciencia, de interacción,
incluso de principios y valores que sirven a las personas para tomar sus
decisiones tanto de consumo como también de identidad política supera los
patrones y criterios de unas políticas ancladas treinta años atrás.
En los próximos días el debate político se centrará en
afirmar y/o desmentir si Portugal y España están a mitad de camino del seguido
por Grecia, y si todas las restricciones de servicios públicos y crédito, si el
crecimiento de la tasa de desempleo, si todos los esfuerzos y sacrificios serán
inútiles. Y será un debate improductivo porque las sociedades griega,
portuguesa y española no son iguales y los resultados esperados por tanto,
tampoco. Eso sí, todas viven en el presente y necesitan medidas que respondan a
sus inquietudes, valores y expectativas y las políticas actuales no lo hacen.
Esa es la base, el meollo del reconocimiento que acaba de hacer el FMI.
Comprendido el error de base, es hora de considerar como
factibles, útiles y aplicables otras vías de trabajo fundamentadas en la
sociedad del siglo XXI, que ofrezca vías de desarrollo, avance, mejora de la
economía, pero sobre todo de la sociedad. Medidas políticas que se comprometan
y profundicen en la equidad presente y futura, en la sostenibilidad, en la
solidaridad, en la participación, en la
pluralidad. Hay una que ofrece muchas, muchas respuestas y soluciones: la
ecología política.
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