En esos ratos de descanso donde la mente baila con compás
libre, fantaseamos. Cuando el recuerdo es placentero, sueño le decimos, si al
contrario el sabor agrio, el enfado o el temor prevalece, lo bautizamos como
pesadilla.
Como mecanismo propio para restarles importancia, siempre
consideré a estas últimas una miniatura de aquella señora horonda a la que mi
madre me mandaba comprar el pan y que tan pesada me resultaba también de
carácter.
Las pesadillas, para ahuyentarlas, es bueno compartirlas,
sacarlas fuera, volverlas colectivas y públicas, así se relativizan y las
desposeemos rápidamente de sentido y verosimilitud.
En cambio los sueños no deben contarse si queremos que se
cumplan, como sí de un tarro de esencia se tratasen, no podemos abrirlos sin
correr el riesgo de que se esfumen con el primer soplo de aire que pase cerca,
y cual ladrón se haga dueño rápidamente de lo bueno y ajeno.
A los padres suele tocarles transmitir estas supersticiosas
creencias, las cuentan cuando se es aún pequeño, para que queden arraigadas,
forjadas desde tempranas edades. A partir de ahí, las respetamos como sí de un
maleficio se tratasen, sin dejar paso al sentido común, ese que nos diría que
la probabilidad de que en sueño se cumpla crece cuando es conocido por otros
pues pueden encontrarse al alcance de la mano de nuestro amigo.
Dejarlos en el estatus de sueño es en verdad una posición
cómoda. Los sueños los modelamos a nuestro antojo, recurrimos a ellos cuando
queremos y no traen complicaciones, al contrario son todo fuente de satisfacciones.
Compartirlos puede implicar el primer paso para convertirlos en realidad, y
para eso hay que ser valiente, porque a la realidad no la controlamos. La sabia
experiencia nos recordará que en la realidad existe mayor población de
pesadillas que de sueños.
Agarrar el sueño de esta noche, llevarlo hasta la mañana
y ponerse a trabajar desde temprano en él puede ser una intrincada aventura, repleta
de escollos y recovecos. Únicamente contaremos con la satisfacción de luchar
por nuestro propio sueño, todo lo demás, puede ponerse en contra.
Después, al final, tras una extenuante lucha, tras un
agotador y tortuoso camino, quien sabe, a lo mejor la realidad es más
placentera que la ficción.
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