lunes, 8 de julio de 2013

Convenios colectivos sin ultraactividad


Las importantes inconcreciones e inseguridades que trae consigo, no han sido freno para la reforma laboral puesta en marcha por el PP. Un año de rodaje es tiempo más que razonable para ir analizando su bondad. Una primera conclusión es clara: abaratar el despido no facilita las contrataciones.

Puesta en vigor en un momento de recesión en el que la debilidad de la fuerza trabajadora es latente, la reforma laboral no ha traído hasta ahora más que continuación de la destrucción del empleo y la precarización del existente. Las últimas cifras de junio, enarboladas como éxito total, en realidad sólo son un espejismo, si se escarba en ellas lo que se encuentra es precarización, temporalidad. Aún estamos
muy lejos de una senda positiva. Arrieritos somos, y para todos llegará septiembre. Ayer el presidente nos pedía que mirásemos a Julio de 2.015. Largo me lo fías, Sancho.

Medir la competitividad de un país de manera casi exclusiva en sus costes laborales es una crueldad. Se está evidenciando, la fractura social es profunda y los síntomas positivos sólo pueden apreciarse en una serie de indicadores que poco tienen que ver con la estabilidad, desarrollo y progreso del conjunto de la sociedad. Los cacareados buenos resultados de la balanza comercial y el déficit financiero sigue quedando en muy pocas, en escasísimas manos. Mientras, el trabajo sigue sin llegar al trabajador ni la financiación a la pyme.

Estamos en una situación en la que, por primera vez en España, al país le puede ir mal y a las empresas bien. Es así porque en realidad las empresas están haciendo como la mano de obra cualificada, se están yendo a buscar clientes y negocio al extranjero. Podemos estar asistiendo al primer movimiento de deslocalización de empresas españolas.

Las está echando el parón del consumo interno, y yo añado un elemento más: la incertidumbre del mercado laboral español. Tras un año de reforma, los litigios siguen creciendo, hay más demandas en los tribunales de lo laboral, y a eso hay que añadir la finalización de la ultraactividad de los convenios colectivos.

Hasta ahora, los convenios que llegaban al fin de su período de vigencia contaban con una renovación automática en caso de desacuerdo entre las partes. La reforma laboral ha puesto fin a esta opción. Ahora los convenios que caduquen, hay que tirarlos a la papelera y los trabajadores afectados por los mismos deberán regirse por la norma básica: el Estatuto de los Trabajadores.

Puede reconocerse que la continuidad sin restricción de ciertos convenios no era lo más adecuado. Pero segarla de esta manera sin haber puesto en marcha mecanismos que minimizasen los convenios afectados por este cambio normativo es una enorme irresponsabilidad. Son muchos los sectores y las empresas que pueden verse abocados en los próximos meses a conflictos laborales que eran absolutamente innecesarios. Conflictos que pueden expandirse más allá del ámbito estrictamente sectorial y laboral. La reforma laboral puede estar llevando en muchos casos la mesa de negociación a las barricadas, los trabajadores, la parte más débil en estos acuerdos se queda sin asideros, sin palancas que les permitan defender sus posicionamientos.

Medio gobierno está deseoso de ganar unos meses, tienen los dedos cruzados, esperanzados en las afirmaciones de reputados economistas como Guillermo de la Dehesa que afirma que podría crearse empleo neto en España si el PIB crece al 0,7 (Hasta ahora era aceptado que no se creaba empleo si el crecimiento del PIB no llegaba al 2%).

El FMI predice un crecimiento para la economía española del 0,7% en 2.014, eso estabilizaría la cifra neta de desocupados y el número de empleos netos cogería una senda alcista. Eso sí, además de ello debemos ir acercándonos al 85% de contratos indefinidos. Recordar que España es de los países del mundo con mayor tasa de temporalidad en los contratos. En junio, sólo el 6,8% de los contratos firmados fueron indefinidos. Es lo mismo que decir que el 93,2% de los contratos fueron temporales. No hacemos sino alejarnos cada vez más del objetivo.

Las propuestas que suenan de contrato único, de costes de despido crecientes, de creciente presión fiscal y legal sobre los trabajadores no entusiasman a nadie. La maquinaria está en marcha y la degradación de la situación de los trabajadores (públicos y privados) en España es una realidad que aún no ha mostrado su lado más feroz. Julio de 2.015 está demasiado lejos, y 2.018, cuando España parece que crecerá al 1,6% queda más allá del horizonte.

El castigo al que se está sometiendo a los trabajadores (incluyendo a todo el segmento de pequeñas empresas) de España está empobreciéndonos. No sólo económicamente, también intelectual y socialmente. Las promesas de este gobierno no se las creen ya ni los más incondicionales.

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